En el año vocacional propuesto en nuestra Prelatura podemos verlas como una vocación. Estamos llamados a vivirlas y ser "bienaventurados" o, como dicen otras traducciones "felices".
Las Bienaventuranzas contienen todo un programa de vida cristiano que no es otra cosa que un camino vocacional a vivir acordes a los valores del Reino de Dios. A este camino estamos invitados todos. El Evangelio del domingo especifica que cuando las dice Jesús no está rodeado solamente de sus discípulos, sino de una gran multitud proveniente de lugares muy dispares y alejados. La vocación a la felicidad es una vocación para todos.
Es también una vocación gratuita, no es necesario contar con una serie de condiciones para recibirla. Más aún, siguiendo la segunda lectura del domingo (1 Cor, 26-31), parece que en realidad la reciben aquellos que no tienen grandes condiciones. Pablo dice:
"Tengan en cuenta quiénes son los que han sido llamados: no hay entre ustedes muchos sabios, hablando humanamente, ni son muchos los poderosos ni los nobles. Al contrario, Dios eligió lo que el mundo tiene por necio, para confundir a los sabios; lo que el mundo tiene por débil, para confundir a los fuertes; lo que es vil y despreciable y lo que no vale nada, para aniquilar a lo que vale"
Por eso a la luz de la liturgia del domingo pasado vivamos la alegría de la sencillez de quienes se saben llamados a ser felices sin tener grandes dotes para ello.
Quienes tengan la inquietud de una especial consagración sepan que ella no les es dada sino en virtud de su propia debilidad en la que se manifiesta el poder del Señor a quien deben corresponder esforzándose por vivir con el espíritu de las bienaventuranzas. No se aflijan si se consideran despreciables ante el mundo. Dios es amante de lo pequeño. Por eso si alguien piensa que la vocación sacerdotal o consagrada es fuente de privilegios... está equivocado.
Roguemos al Señor nos dé la alegría de responder positivamente al llamado que nos hace. Llamado a ser felices.