Esta envío al mundo entero es el que brinda al Nuevo Pueblo de Dios su catolicidad. Por ella se entiende la totalidad de las culturas humanas. La Iglesia de Cristo está dirigida a todas ellas y en consecuencia tiene la capacidad de cobijarlas a todas en su interior.
Cada cultura y cada generación al recibir el mensaje de Jesús crece descubriendo horizontes más altos y nuevos para interpretar la historia, el mundo y la vida humana. Por otro lado cada una, al incorporarse a la Iglesia, la enriquece con formas originales de captar la verdad que Dios revela en Cristo y con nuevas maneras de expresar la fe.
Como fuere, el mandato de Jesús a dirigirse a todos los pueblos conlleva un corazón generoso y una mentalidad abierta que impide elitismos y sectarismos. Con esta misión universal el Señor quiere liberar a la Iglesia de caer en lo que, más tarde o más temprano, caen las culturas terrenas: dividir a la humanidad en propios (los nuestros) y ajenos (los otros), con todas las consecuencias que esto acarrea y que, a la larga o a la corta, se equipara a separar en buenos (nosotros) y malos (los demás).
Jesús nos llama a vivir nuestra fe en la catolicidad que Él mismo dio a su mensaje, derribando muros separatistas que incuban en el fondo mentalidades fundamentalistas, incapaces de dialogar y aceptar al diferente.
Los consagrados, sacerdotes y laicos, debemos aprender a descubrir esta misión católica, haciendo comprensible el Evangelio a bastos sectores humanos, haciendo también expresivo el mismo anuncio, asumiendo y direccionando hacia Cristo los incontables y profundos elementos culturales que los diversos grupos forjan a lo largo del tiempo.
Estamos llamados a vivir en nuestro pequeño mundo un espíritu católico, abierto a la totalidad de la gente que comparte el día a día con nosotros, para llevar a ese universo diverso y plural el mensaje del Evangelio de Jesús. Con él no anulamos su diversidad, al contrario le mostramos un horizonte distinto, capaz de reunir (dar unidad; no uniformidad) a todos los que se dejan enseñar por el Maestro, por distintos que sean entre sí.
María, Virgen y Madre de Cristo y de la diversidad de pueblos creyentes en Él, nos acompañe e interceda por nosotros a fin de que no caigamos en grupismos, sino que, con el corazón abierto y una sonrisa amplia,
salgamos a atraer a todos hacia el Único Corazón de Cristo en su Iglesia.
P. Flavio Quiroga