El Libro de los Hechos de los Apóstoles habla de la figura de Felipe, que pasa casi desapercibida, acaso por que un tocayo suyo formaba parte de los Doce Apóstoles, elegidos personalmente por Jesús (Mt 10,1-4;Mc 3, 13-19; Lc 6,12-16). El Felipe del que queremos hablar es uno de aquellos primeros diáconos de la Iglesia (Hech 6, 5-6).
El caso es que desde que recibe la imposición de las manos por parte de los Apóstoles, las escasas veces que es mencionado está asociado con la alegría.
Es interesante prestarle un poco de atención porque la felicidad que lleva pegada a su persona tiene que ver con su vocación. Además esta vocación suya no aparece como fruto de su iniciativa particular, sino que es fruto de la necesidad de la comunidad. Dicho de otra forma, no es él quien se da a sí mismo una misión, sino que la recibe de los otros.
Después de su elección para el servicio a las mesas, Felipe aparece predicando en una ciudad de Samaría a la que con su testimonio y curaciones le da una gran alegría (Cfr. Hech 8, 8) Posteriormente catequiza a un etíope en el camino, el cual tras el encuentro y tras ser bautizado, sigue lleno de gozo (Cfr. Hech 8, 39)
La vocación de este cristiano de la primera comunidad parece haber sido alegrar a la gente y esto ya nos da mucho para pensar, rezar y evaluar en nuestra vida de cristianos del Siglo XXI.
Algunos datos que al respecto pueden ayudarnos pueden ser los siguientes.
En primer lugar la alegría que lleva a los demás es fruto del anuncio del Evangelio. No se trata de un optimismo meramente humano, basado en proyecciones promisorias del futuro. No es tampoco un estado de ánimo producido a partir de técnicas rebuscadas o sustancias exóticas y mucho menos fruto de morisquetas o payasadas. La Palabra es la que aporta la felicidad que transmite al resto. Palabra que anuncia al Cristo redentor en la Cruz (Cfr. Hech 8, 5. 29-35) y en consecuencia capaz de sanar y hasta de liberar de espíritus impuros (Cfr. Hech 8,7).
Otro elemento a tener en cuenta es el que menciona Lucas al hablar de su elección: formaba parte de aquel grupo de siete hombres de buena fama, llenos del Espíritu Santo y de sabiduría (Hech 6, 3). Más adelante el Libro de los Hechos llega a decir que el Espíritu del Señor arrebató a Felipe (8,38). La acción del Espíritu y la obediencia a Él son un factor decisivo para transmitir la alegría del Evangelio.
A demás es notoria su referencia a la Iglesia. Ya dijimos que la vocación de Felipe se origina en la elección de la comunidad, pero no se agota ahí. Dicha designación es corroborada y hasta consagrada por la imposición de manos de los Apóstoles. Las dos instancias se dan en perfecta armonía en la misión de aquel diácono. Por otra parte, después que predicara y bautizara en Samaría, vuelven a aparecer los Apóstoles, enviados por la comunidad que confirman su acción misionera en aquel lugar (Hech 8, 14-17).
Un último aspecto a tener en cuenta es que Felipe sirve a las mesas, pero se trata de las mesas de las viudas (Hech 6,1) que normalmente en aquella época eran las más desfavorecidas económicamente. De manera que la alegría que derrama continuamente este hombre brota del servicio desinteresado a los más vulnerables de la comunidad.
Hermoso testimonio el de Felipe que viviendo su vocación en la gran hermandad de los discípulos de Jesús, guiados y enseñados por el Espíritu Santo, derraman la alegría del Evangelio por donde pasan.
Ojalá la intercesión de la Virgen María, causa de nuestra alegría nos otorgue el Don de poder vivir así también nosotros.
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