lunes, 18 de febrero de 2019

Algunos consejos para el discernimiento vocacional


¿Existen recetas para discernir?
En primer término conviene aclarar que nuestras inquietudes vocacionales y su resolución son vividas de una manera inédita por cada persona en particular. De tal forma que recetas universales ineludiblemente infalibles, no existen. Dios no fabrica seres humanos. Es decir, no somos hechos en serie. Somos obras artesanales del Señor,  piezas únicas de las que no habrá copia exacta alguna en toda la eternidad.

Somos artesanías en las que Él no es el único autor, aunque sí podemos decir que es el principal (igual que la Biblia), porque en nuestro proceso de vida intervienen muchas otras personas y fundamentalmente participamos nosotros mismos.

De allí que no podemos hablar de reglas fijas y universales, sí podemos hablar de principios comunes que son aplicables a cada persona en particular, dentro de su sociedad y cultura, en mayor o en menor grado.

Las artesanías de Dios
Dios tiene un plan; un plan para cada uno de nosotros dentro de una comunidad humana en determinada época y lugar. Dicho plan sólo puede desarrollarse con nuestro consentimiento libre y la colaboración de otros. Al respecto, es ineludible pensar que así como el Señor cuenta con hombres y mujeres para realizar el proyecto de mi propia persona, cuenta también conmigo para la realización de mis prójimos. Yo también influencio y trabajo en las otras artesanías de Dios y  eso trae en sí mismo una enorme cuota de responsabilidad o, mejor dicho, de co-responsabilidad.

Sin embargo, también es menester advertir algo, aún a riesgo de ser catalogado como anticuado u oscurantista. Existe un personaje verdaderamente siniestro, envidioso, resentido  y fracasado que va a procurar por los medios que estén a su alcance, echar a perder la artesanía de mi vida, para que quede frustrada. Asombrosamente la única forma de lograr semejante cosa es contando conmigo. De allí que tratará de ganarse mis afectos, haciéndose pasar por travieso compinche en algunas "diabluras" sin importancia y terminar después adueñándose de mi vida. Ya sabemos a quien me refiero, ¿verdad?

Oración y acompañamiento espiritual
Partimos entonces de que nuestra vocacionalidad, por decirle de alguna forma, es parte de un plan divino que no tiene otra finalidad que nuestra propia felicidad. La realización plena de nuestro ser que excede el tiempo y el espacio limitados en el que cada uno vive en esta vida presente.

Por eso, lo primero para discernir una vocación es rezar, y mucho, para poder descubrir la voluntad de Dios en la propia vida; vida única e irrepetible.

En segundo lugar conviene hacerse acompañar en el camino. Pensar en alguna persona que tenga criterios de vida y enseñanza llenos de Evangelio. Que por algún motivo nos parezca abierto a la acción del Espíritu Santo. Una persona caritativa capaz de captar y acompañar nuestros procesos de maduración y no alguien ávido de digitar la vida de otros, adueñándose de sus conciencias hasta el punto de suplantarlas (¿recuerdan lo que dijimos respecto de los mesianismos?).

Ya nos daremos cuenta que para dar con alguien así también hemos de rezar mucho al Espíritu Santo para que podamos descubrirlo y para que sea Él (el Espíritu) quien se valga de esa persona como de un dócil instrumento.

Hemos de tener en cuenta que no estamos hablando de un ángel, sino de un ser humano como nosotros, sometido a prueba, para nada libre de defectos. Un compañero de camino que, a pesar de reconocerle cierta autoridad, no ocupa el lugar del único Maestro, ni del Padre del Cielo, ni del Espíritu (Cfr Mt 23, 6-12); razón por la cual no hemos de perder jamás nuestra propia libertad al momento de sopesar sus consejos, ni de alejarnos de su compañía si, por algún motivo, ha dejado de ser constructiva para nuestra vocación particular, o porque simplemente el desarrollo de nuestras vidas nos ha ido llevando por caminos en los que Dios puso otras personas más cercanas o más afines que pueden ayudarnos mejor.

Lo que acabo de decir dista mucho de ir cambiando de acompañante espiritual cada dos semanas, sobre todo cuando lo que señale contradiga a nuestras expectativas. Sí, porque al buscar este consejero, no pretendemos que sea nuestro espejo, que piense y diga lo que cada uno quiere, sino un alguien distinto a través del cual Dios nos va mostrando el propio camino. Camino que nunca coincide con nuestros caprichos, porque es superior a todos ellos. Por otro lado, un verdadero acompañante espiritual, tiene la madurez humana para no caer en el resentimiento o los celos, si decidimos hacernos ayudar por otro en nuestras búsquedas vocacionales y, si carece de esa madurez, en hora buena que nos alejemos de él/ella.

Los mensajitos de Dios
Aunque ya hemos hablado más arriba de la necesidad de oración es muy conveniente recordar que la misma es un diálogo con Dios y no un monólogo consigo mismo. Por esta razón es siempre necesario cultivar no sólo la confianza para contarle al Señor nuestras cosas, sino también la capacidad de saberlo escuchar atentamente y en silencio. De allí que la oración debe abrir nuestra atención a los diversos mensajes que recibimos de Aquel que nos da una vocación específica.

Los mensajes son variados. En primer término se encuentra lo que nos dice a través de las Sagradas Escrituras. Por eso es importante iniciarse en su lectura orante (que excede al simple estudio de la Biblia). Muy de la mano con esta lectura orante, se encuentra nuestra vivencia sacramental. El Señor se comunica con nosotros a través de los sacramentos que nos ofrece en su Iglesia, en sus celebraciones litúrgicas que nos congregan junto a nuestros demás hermanos. Entre estas celebraciones siempre hemos de destacar la Eucarística, de manera particular la del Domingo.

Pero Dios también habla en el testimonio de vida de muchos hermanos nuestros y esto es crucial en la búsqueda de la propia vocación. Conocer el pensamiento y la vida de los santos ayuda mucho, porque ellos, en su momento, también vivieron un determinado carisma y abrazaron un estado de vida. Ayuda también saber lo que la Iglesia enseña respecto de cada vocación. Por ejemplo, qué ofrece para vivir en matrimonio, cómo interpreta la entrega mutua de los esposos en el amor, cómo se decodifica la vida sexual de una pareja, cómo se considera la familia, los hijos, etc... Qué entiende por caridad pastoral, por celibato sacerdotal, por vida consagrada, por concejos evangélicos de pobreza, castidad y obediencia,etc...

Dios también nos mensajea con todo aquello que sucede al rededor nuestro: la gente, las cosas, la creación, las situaciones históricas en las que vivimos. No siempre son cosas bonitas, sin embargo todo forma parte de su  preciosa propuesta.

Por último también nos habla a través de nosotros mismos. De nuestros sentimientos, nuestros afectos, nuestras reacciones. En esto San Ignacio de Loyola es un clásico referente (no el único) para ayudarnos a discernir nuestro camino vocacional.

Algunas pistas ignacianas
Básicamente se trata de detectar aquellas experiencias internas nuestras que nos impulsan a vivir con mayor entrega nuestra vocación. Muchas de ellas pueden estar signadas por el entusiasmo, la alegría y la serenidad en nuestro espíritu (Ignacio las llama consolación). Sin embargo no quedan fuera de análisis aquellas otras que cuestionan fuertemente nuestro estilo de vida cuando está lejos de aquello a lo que el Señor nos llama. Tanto unas como otras, muchas veces son sentidas como verdaderas conmociones que ofrecen un horizonte nuevo, pero que también tiran abajo estructuras que regían nuestros comportamientos y de las cuales muy a menudo nos cuesta desprendernos.

San Ignacio también enseña que hay que estimular en nosotros todo aquello que acrecienta un verdadero amor a Dios y servicio humilde a los hermanos, aquello que nos anima a una mayor identificación con el Señor Jesús y evitar aquello que lo impide. Aquello que, a la larga o a la corta, nos invita al pecado y desobediencia al plan de Dios, o a lo menos a una falta de magnanimidad en la vivencia vocacional. Por eso advierte que la tristeza, el resentimiento, la desesperanza, la pereza, la tibieza en todo lo que atañe a Dios y su obra (él lo denomina desolación), no debe ser secundado, más bien combatido por una intensa vida de oración, penitencia y reflexión. Con ellas el santo jesuita enseña a cultivar lo contrario a estas emociones negativas, cuando conducen al enfriamiento de una entrega vocacional generosa.

A raíz de su propia experiencia de vida Ignacio de Loyola ha dejado en sus Ejercicios Espirituales una serie de principios que ayudan a discernir los estados de consolación o desolación. Si bien es cierto no aborda propiamente el tema de la vocación de una manera directa, muchos consideran que todo lo que enseña allí en general y él denomina Reglas para el Discernimiento de Espíritus, se aplica a todo cuestionamiento vocacional.

Sea que nos preguntemos por la vivencia y participación en algún carisma dentro de la Iglesia o, más en general, por un estado de vida dentro de ella, son consejos muy útiles para tener en cuenta. No estaría de más considerar leerlos o participar de algún retiro ignaciano.

Concluyendo
Lo más importante aquí es que en nuestra vivencia vocacional nunca nos quedemos masticando la desolación, como dijo el Papa Francisco en el encuentro que tuvo con los sacerdotes, consagrados y consagradas en su visita a Chile (2018). No dejarnos caer en el pesimismo inspirado por el diablo, no es sólo para ellos, también es útil en aquellos cristianos llamados por Dios a formar familia, pues no pocas veces son estas cosas las que llevan a las parejas a dirimir la consagración mutua en el sacramento del matrimonio, o a quebrantarla si ya están casados.

En fin,estar atentos a todas estas señales que Dios nos envía es estar en permanente estado de discernimiento, para decidir primero, para ser consecuentes con una decisión después, y en definitiva para llevar a término libremente la voluntad de Dios en nuestra vida; colaborando con su acción artesanal en nuestra persona y en el mundo y cultura en que ella se desarrolla.