Repasando un poco lo que vinimos viendo hasta ahora:
A todos los cristianos el Señor nos llama a vivir determinado aspecto del Misterio de Cristo en nuestras vidas. El Espíritu Santo despierta en nosotros una atracción para realizar aquella dimensión de la inabarcable persona de Jesús que más nos resulta cautivante, de tal forma que la concretemos en el tramo de la historia en que hemos sido llamados a la vida.
A todos los cristianos el Señor nos llama a vivir determinado aspecto del Misterio de Cristo en nuestras vidas. El Espíritu Santo despierta en nosotros una atracción para realizar aquella dimensión de la inabarcable persona de Jesús que más nos resulta cautivante, de tal forma que la concretemos en el tramo de la historia en que hemos sido llamados a la vida.
Esto no podemos hacerlo por nosotros mismos, por ello a demás de la gracia divina, contamos con hermanos nuestros en el Bautismo a quienes descubrimos en la gran comunidad de la Iglesia; hermanos que comparten con nosotros la misma inquietud y alegría por sentir esa inclinación a imitar a Jesús. En esto consisten los carismas vocacionales. De alguna manera ellos se van expresando a lo largo del tiempo y van configurando una índole propia, una especie de idiosincracia o identidad comunitaria, reconocida expresamente por la Iglesia.
Este reconocimiento les da cierta institucionalidad, por eso también podríamos llamarlos carismas institucionales, los cuales configuran distintas formas de asociación entre bautizados como por ejemplo los grupos, los movimientos, los institutos religiosos o seculares, congregaciones, órdenes religiosas, sociedades de vida apostólica, etc... (Digo etcétera porque la acción del Espíritu Santo no tiene límites).
Ahora bien, a lo largo de la vida Dios nos puede llamar a distintas cosas y así en varias ocasiones es probable que para responderle consideremos necesario pasar de un grupo a otro. Esto, cuando es consecuencia de un discernimiento sereno, sincero, humilde y acompañado por algún hermano, especialemente dotado para esto, no debería traer mayores problemas. Los miembros del grupo que uno deja, no debería tampoco sentirse traicionado u ofendido. Siempre y cuando el fruto del discernimiento lleve al que se separa a una entrega generosa al Maestro, a quien todos seguimos desde nuestras limitaciones humanas, no debería generar mayores crisis y mucho menos enemistades irreconciliables.
Los estados de vida
Sin embargo en la vivencia de la vocación cristiana hay ciertas maneras de seguir a Jesús que requieren una estabilidad muy firme, una identidad vocacional a partir de la cual vamos realizando las experiencias de los diversos carismas a los que el Señor puede irnos convocando conforme transcurren los años y conforme se van presentando las necesidades del prójimo y de la Iglesia.
Esa identidad vocacional cuyos cambios son mínimos a lo largo de toda la vida, porque constituyen una base, un punto de pibote, es lo que llamamos estados de vida.
Básicamente podríamos hablar de los siguientes estados de vida:
- Soletería o doncellez
- Matrimonio
- Viudez
- Especial Consagración
- Ministerio Sacerdotal
Como pueden deducir es muy claro porqué en ellos no hay muchas posibilidades de cambiar uno por otro.
De todos ellos acaso los más inestables pueden ser los de soltería y viudez. Son situaciones de vida que pueden durar mucho o poco. El soltero o la persona viuda se puede casar, o se puede consagrar, o ser ordenado sacerdote; o bien puede permanecer así toda su vida.
Claro está que asumir o cambiar un estado de vida, requiere un arduo y profundo proceso de discernimiento, en el que la gracia de Dios acompaña e ilumina. Ciertamente es necesario el testimonio de personas que viven con mucha entrega alguno de ellos y algún/a hermano/a que pueda ayudar a aclarar las cosas.
Es importantísimo que no los consideremos nunca una situación en la que la cultura o la historia personal nos dejó, casi sin nuestra participación. No son una condena del destino en la cual somos víctimas fatales. Por ejemplo, no es sano que alguien interprete su vida matrimonial como el resultado ineludible de sucesos que lo llevaron a eso, o como la lógica consecuencia de quien vivió en un pueblo o en una época en la que la cultura marcaba la "obligación" de casarse o tener hijos. Tampoco debiera interpretarse de esa forma la especial consagración o el ministerio sacerdotal. Es más, ni la propia soltería "perpetua" debería considerarse como una especie de desgracia o como fruto de la indiferencia ante los valores comunitarios que llevan a formar una familia, o consagrarse a Dios o servir ministerialmente a su pueblo
¿Y cuál sería entonces la mejor manera de interpretar un estado de vida? Como la respuesta a una vocación. Los sacerdotes, los consagrados, los casados, lo son porque Dios los llamó a vivir de esa manera en comunión con otros. Otros que son los hermanos de una comunidad de consagrados, o la comunidad de la Iglesia en el mundo, o con un consorte con el cual formar un hogar, hasta que la muerte los separe. Más allá de estados de vida, hablamos de vocaciones.
Es importantísimo que no los consideremos nunca una situación en la que la cultura o la historia personal nos dejó, casi sin nuestra participación. No son una condena del destino en la cual somos víctimas fatales. Por ejemplo, no es sano que alguien interprete su vida matrimonial como el resultado ineludible de sucesos que lo llevaron a eso, o como la lógica consecuencia de quien vivió en un pueblo o en una época en la que la cultura marcaba la "obligación" de casarse o tener hijos. Tampoco debiera interpretarse de esa forma la especial consagración o el ministerio sacerdotal. Es más, ni la propia soltería "perpetua" debería considerarse como una especie de desgracia o como fruto de la indiferencia ante los valores comunitarios que llevan a formar una familia, o consagrarse a Dios o servir ministerialmente a su pueblo
¿Y cuál sería entonces la mejor manera de interpretar un estado de vida? Como la respuesta a una vocación. Los sacerdotes, los consagrados, los casados, lo son porque Dios los llamó a vivir de esa manera en comunión con otros. Otros que son los hermanos de una comunidad de consagrados, o la comunidad de la Iglesia en el mundo, o con un consorte con el cual formar un hogar, hasta que la muerte los separe. Más allá de estados de vida, hablamos de vocaciones.
Cada una de estas vocaciones tiene una riqueza humana y carismática preciosa que deberemos ir descubriendo y ahondando cada vez más. Ninguna es superior a otra, en todo caso son las diversas formas en las que vamos concretando nuestro seguimiento a Jesús.
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