domingo, 26 de febrero de 2017

Vocación a buscar el Reino de Dios

El cristianismo que profesamos no es una teoría cesuda que procura deleitarse en ideas abstractas y geniales. Jesús no nos propone un sistema filosófico de razonamientos sutiles, sino un estilo de vida. Esto trae como consecuencia adquirir una forma concreta de relacionarnos con las personas y usar las cosas.

Por eso en el Evangelio de Mateo, después de proclamar las Bienaventuranzas (Mt 5, 1-12) como las máximas a las que todo cristiano debe adaptar su vida, el Señor se distrae en una serie de consecuencias que tales consignas deben producir en nuestro comportamiento. De allí que hable sobre el homicidio, el adulterio, el divorcio, los juramentos, el amor a los enemigos, etc... (Mt 5, 21- 7, 27)

Uno de los tantos temas que especifican el comportamiento cristiano al que nuestro Maestro nos llama es la relación que hemos de tener con los bienes temporales, con nuestras necesidades y puntualmente también con nuestro dinero (Mt 6, 24-32)

Jesús nos advierte que en el manejo de todas estas cosas hemos de buscar primero el Reino de Dios y su justicia y todo lo demás se nos dará por añadidura (Mt 6,33) 

Es claro que con esta enseñanza Jesús no niega ni prohíbe tener en cuenta el manejo de bienes temporales e incluso de la plata que tanto tienta y produce tantas injusticias y crueldades. Al contrario nos deja esta regla de oro que nos ayudará a darle el justo lugar que merecen en nuestra vida y en la de los demás. Busquen primero el Reino de Dios y su justicia...

Buscar el Reino de Dios y su justicia, significa vivir de acuerdo con los valores de ese Reino que están expresados en las Bienaventuranzas. Esto es, protagonizar mi vida dentro de una comunidad en la que debemos cuidarnos mutuamente, prestando atención a los más vulnerables, sabiendo perdonar, adquiriendo un corazón puro (o sea sin intereses rebuscados que lleven a explotar las cosas y las personas en pro de mis intereses egoístas), teniendo presente a Dios en nuestras propias aflicciones y llevando el consuelo del Señor al prójimo afligido, trabajando por la paz, teniendo un alma de pobres que descubre en su Dios su mayor seguridad y riqueza, al punto de estar siempre sereno en las vicisitudes de la vida, confiando en su Providencia (Cfr. Mt 5, 1-12. 6, 25-32)

Vivir en lo concreto estos valores del Evangelio es nuestra vocación.

A algunos el Señor les pedirá practicarlos en el trajín cotidiano del mundo del trabajo en la sociedad humana, formando familia y a otros en una entrega absoluta y total a ese Reino ofreciéndose por entero a su propagación (sacerdotes, consagrados/as). Como fuere y según el camino que Dios nos muestre a cada uno en particular dentro de la comunidad cristiana, todos contamos con la gozosa invitación de Jesús a buscar su Reino en las situaciones concretas y materiales en las que transcurra nuestra existencia.

María Santísima que con sus acciones y actitudes de amor a Dios y al prójimo hizo presente el Reino de los Cielos de una manera excepcional, nos ayude con su oración y presencia maternales a que podamos responder generosamente a esta vocación que todos los cristianos tenemos.

P Flavio Quiroga





domingo, 19 de febrero de 2017

¿Vocación a ser perfectos?

En el Evangelio de San Mateo Jesús se dirige a sus discípulos diciéndoles que deben ser perfectos como el Padre de los Cielos (Cfr. 5, 48).

Esta exigencia de parte de Jesús está en torno a las Bienaventuranzas (Mt. 5, 1-12) que señalan el camino de vida cristiano al que todos estamos llamados y, por tanto, es una vocación que nos compete a todos los bautizados. No es privativo de los que viven una especial consagración.

Pero...¿Es posible esta vocación? ¿Es posible ser perfectos? ¿Es lindo ser perfectos?

La respuesta a estas preguntas ciertamente es negativa, porque generalmente confundimos la perfección con el perfeccionismo. Jesús nos llama a ser perfectos, no a ser perfeccionistas.

Entendemos aquí por perfeccionista a aquella persona que pretende cumplir con todas las reglas y todas las expectativas. No dar motivo de queja alguno e incluso despertar la admiración. De allí que se desviva y se agote en un esfuerzo esclavizante que le hace perder energía y alegría. Se obsesione con los defectos y no viva sino para auto-demostrarse que no los tiene. En ese proceso muchas veces se mienta a sí mismo tapándose los ojos frente a sus errores...

Lo peor del perfeccionista es que, contento y engañado con su figura impecable, mide con la misma regla a todos a su alrededor ¡Por supuesto que los encuentra defectuosos! A partir de ese momento se convierte en enemigo de todos, les enrostra sus faltas de frente o a sus espaldas, los desprecia y se siente (aunque no lo sea) superior. Cuando acusa defectos no lo hace para corregir y ayudar, sino para destruir.

El perfeccionista es así incapaz de perdonar al prójimo, pero también es incapaz de perdonarse a sí miso. No es a eso a lo que os llama el Señor. No es esa nuestra vocación.

Jesús pide que seamos perfectos como el Padre que hace salir su sol sobre malos y buenos y hace caer la lluvia sobre justos e injustos (Mt 5, 43b) Es decir, nos llama a ser perfectos en el amor.

Perfecto no es el que cumple con la regla, el que no se equivoca... perfecto es el que ama como el Padre y eso, en primer lugar, lleva a amar al otro por encima de sus errores, perdonándolo y ayudándolo a que se corrija. No en vano este pasaje en la versión de San Lucas dice: sean misericordiosos como el Padre de ustedes es misericordioso (Lc 6, 36) La perfección está en la misericordia, en el amor.

Un amor que no devuelve golpe por golpe y capaz de dar el doble de lo que se le pide sin hacerse el tonto frente al necesitado. Esa es nuestra vocación (Cfr. Mt. 5, 38-40)

Cuando lo vemos así, ser perfecto es algo hermoso. Se trata de amar y mucho, al estilo de Dios, hasta el punto de amar a los propios enemigos (Cfr. Mt 5, 44).

Y es también posible, porque Dios es un Dios que perdona. Él perdona todas tus culpas y cura todas tus dolencias (Sal 102,3) Razón por la cual no hay que negar las propias imperfecciones, ni esforzarse en engañarnos para convencernos que no tenemos defectos o que por lo menos no son tan groseros como los de los demás. No. Aceptamos serenamente nuestras limitaciones, pedimos perdón y ayuda al Señor y a otros para retomar el camino. En eso consiste nuestra perfección, nuestra vocación.

Sea María Santísima nuestra Madre-maestra en este camino de perfección cristiana que no tiene nada que ver con un perfeccionismo estéril y narcisista

P Flavio Quiroga
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domingo, 12 de febrero de 2017

Vocación a "Ir Más Allá"

En el  Evangelio de San Mateo Jesús nos llama a vivir generosamente los mandamientos de Dios. Les aseguro,dice, que si la justicia de ustedes no es superior a la de los escribas y fariseos, no entrarán en el Reino de los Cielos
 (Mt 5,20)

Los escribas y fariseos se consideraban justos por cumplir puntillosamente los mandamientos. En su mentalidad esto era logro de sus propios esfuerzos y voluntad, los ponía en un nivel superior y podían condenar a todos los demás como despreciables pecadores, como así también los hacía merecedores de la honra y la admiración humanas.

Lo cierto es que por sí mismos no cumplían toda la Ley, de allí que la rodearan de muchas prescripciones, entre las cuales había incluso algunas que los exceptuaban en su cumplimiento y hasta la contradecían. De ello Jesús los acusa y corrige (Mt 4,6; Mc 7,10-13)

Para Jesús sus discípulos no puedemos ser tan mezquinos y nos llama a ir más allá en el cumplimiento de los mandamientos. No observarlos con el estilo de los escribas y fariseos en el cual muchas veces podemos caer, sobre todo cuando nos contentamos con cumplir lo mínimo, o cuando menospreciamos a los  demás considerándonos superiores por ser cristianos de compromiso, o cuando nosotros nos exceptuamos de ciertos preceptos que nos resultan incómodos, o cuando preferimos cumplir las reglas, pero sin amar a las personas, ni ayudarlas.

Los discípulos de Jesús estamos llamados a reconocer en primer lugar que cumplir los mandamientos no es fruto de nuestra voluntad, sino de la Gracia Divina que nos sostiene para no caer en la desobediencia, o que nos levanta cuando hemos caído en ella. Si aprendemos a reconocer esto, superamos la justicia de los escribas y fariseos.

Los discípulos de Jesús, al cumplir los mandamientos del Señor, ayudados por Él, no podemos considerar a los otros como pecadores despreciables, sino como hermanos, compañeros de camino a quienes debemos enseñarles, tanto de palabra como de obra, con nuestro ejemplo a vivir la Ley del Señor. El que no cumpla el más pequeño de estos mandamientos, y enseñe a los otros a hacer lo mismo, será considerado el menor en el Reino de los Cielos. En cambio, el que los cumpla y enseñe, será considerado grande en el Reino de los Cielos. (Mt 5,19)

Jesús nos llama a ir más allá de la letra de la Ley y cumplirla, no por miedo, ni por una imposición autoritaria, ni por que todos lo hacen y queda mal que yo no lo haga...

Jesús nos da la vocación de ir más allá de la Ley cumpliéndola por amor al prójimo, a Dios y hasta a nosotros mismos. Sí, porque el Señor nos da los mandamientos no para coartar nuestra libertad, sino para que hagamos el bien; a nosotros y a otros.

Por último, es el mandamiento del amor al que Jesús nos llama el que supera la justicia de los escribas y fariseos y la sabiduría de cualquier hombre (Jn 13,34). Este es la raíz y el objetivo de todos los mandamientos, como así también de las prescripciones que la Iglesia pueda dar. Si el amor no inspira el cumplimiento de estas leyes, no las hemos entendido y nos es imposible amarlas.

María Santísima que cumplió toda la Ley al estilo de Jesús, no al de los escribas y fariseos, nos ayude a comprender estas cosas, de forma que los mandamientos del Señor sean la alegría de nuestro corazón (Cf Sal 119, 35)


P Flavio Quiroga


domingo, 5 de febrero de 2017

Vocación a "Marcar la Diferencia"

Después de las Bienaventuranzas en el Evangelio de San Mateo (5, 3-12) en cuales Jesús nos señala nuestra vocación a ser felices (spot anterior), continúa su enseñanza diciendo:




"Ustedes son la sal de la tierra. Pero si la sal pierde su sabor, ¿con qué se la volverá a salar? Ya no sirve para nada, sino para ser tirada y pisada por los hombres.
Ustedes son la luz del mundo. No se puede ocultar una ciudad situada en la cima de una montaña. Y no se enciende una lámpara para meterla debajo de un cajón, sino que se la pone sobre el candelero para que ilumine a todos los que están en la casa. Así debe brillar ante los ojos de los hombres la luz que hay en ustedes, a fin de que ellos vean sus buenas obras y glorifiquen al Padre que está en el cielo" (Mt 5, 13-16)

Es decir, en tanto nos esforcemos por vivir las Bienaventuranzas somos luz y sal. Ser estas cosas también es parte de nuestra vocación y eso nos lleva a  marcar una diferencia

Efectivamente, nuestras comidas tienen cada una su sabor propio (no es lo mismo una lechuga que una zanahoria). Sin embargo, cuánto cambian cuando son sazonadas. Hay una diferencia abismal entre el alimento insípido y el bien saborizado con sal. 

De la misma manera, la diferencia que hay entre un plato insulso con uno convenientemente salado es la que debiera haber entre un ambiente en el que hay un cristiano que vive a fondo su vocación a las Bienaventuranzas, de aquel otro donde no lo hay. Es la misma diferencia que uno puede notar entre un lugar oscuro y otro bien iluminado.

Se trata de diferencias notorias, indisimulables, como una ciudad puesta en la cima de una montaña: se la ve desde todos los puntos cardinales. En este sentido, marcar la diferencia no quiere decir vivir o expresar la fe de modo estrafalario. Cuando queremos ser cristianos extravagantes ya no portamos la luz, ni el sabor de Cristo, sino el propio, y ese sabor y luminosidad es bastante exiguo y pobre. Es ahí cuando la sal de las Bienaventuranzas pierde su sabor y ya no sirve para nada. No en vano Jesús utilizó como ejemplos de ser cristianos elementos tan simples y cotidianos como la sal y la luz; no recurrió a imágenes de cosas extraordinarias.

Nuestra vocación a las Bienaventuranzs que se concreta de distintas maneras: sacerdocio, consagración especial, matrimonio, es la que nos lleva a marcar la diferencia en este mundo poniendo el sabor y el color (la luz) de Cristo.

Pero marcar la diferencia no quiere decir tampoco constituir una élite espiritual de excelsos, separados del resto de la humanidad, al contrario, significa ser cristianos inmersos en todas las realidades de la gente.(1)

La sal es buena no en tanto se guarda en el frasco, sino en cuanto saboriza todos los ingredientes de la comida. La luz es buena en tanto alumbra a toda la casa... Los cristianos estamos llamados a marcar la diferencia no aislándonos, sino mezclándonos con todos. No hacerlo es perder luminosidad y sabor.

Pidamos entonces, vivir la vocación que Dios nos dio sin caer en espectacularismos que buscan ponernos en el centro de la escena, sin aislamientos que sostienen una superioridad farisaica. Vivamos las Bienaventuranzas en el simple caminar de cada día con la gente y las circunstancias históricas que nos son propias, porque eso es marcar la diferencia.

María Santísima con su ejemplo y oración nos ayude en esta vocación, la de marcar con humildad la diferencia traída por Jesús.

(1) La vocación de los contemplativos en clausura perpetua no es esto. En su retiro (no aislamiento) se unen a todos. Hacen penitencia con los que se arrepienten, pero también la hacen en lugar de los impenitentes endurecidos en sus males. Alaban al Señor con los alegres y también en nombre de los abrumados de dolor. Rezan por los que no oran y junto a los que oran. Piden por todos y con sus labores comparten las fatigas del mundo de los trabajadores. Comparten voluntariamente las privaciones de los pobres en la austeridad de su vida.
       
P Flavio Quiroga