El cristianismo que profesamos no es una teoría cesuda que procura deleitarse en ideas abstractas y geniales. Jesús no nos propone un sistema filosófico de razonamientos sutiles, sino un estilo de vida. Esto trae como consecuencia adquirir una forma concreta de relacionarnos con las personas y usar las cosas.
Por eso en el Evangelio de Mateo, después de proclamar las Bienaventuranzas (Mt 5, 1-12) como las máximas a las que todo cristiano debe adaptar su vida, el Señor se distrae en una serie de consecuencias que tales consignas deben producir en nuestro comportamiento. De allí que hable sobre el homicidio, el adulterio, el divorcio, los juramentos, el amor a los enemigos, etc... (Mt 5, 21- 7, 27)
Uno de los tantos temas que especifican el comportamiento cristiano al que nuestro Maestro nos llama es la relación que hemos de tener con los bienes temporales, con nuestras necesidades y puntualmente también con nuestro dinero (Mt 6, 24-32)
Jesús nos advierte que en el manejo de todas estas cosas hemos de buscar primero el Reino de Dios y su justicia y todo lo demás se nos dará por añadidura (Mt 6,33)
Es claro que con esta enseñanza Jesús no niega ni prohíbe tener en cuenta el manejo de bienes temporales e incluso de la plata que tanto tienta y produce tantas injusticias y crueldades. Al contrario nos deja esta regla de oro que nos ayudará a darle el justo lugar que merecen en nuestra vida y en la de los demás. Busquen primero el Reino de Dios y su justicia...
Buscar el Reino de Dios y su justicia, significa vivir de acuerdo con los valores de ese Reino que están expresados en las Bienaventuranzas. Esto es, protagonizar mi vida dentro de una comunidad en la que debemos cuidarnos mutuamente, prestando atención a los más vulnerables, sabiendo perdonar, adquiriendo un corazón puro (o sea sin intereses rebuscados que lleven a explotar las cosas y las personas en pro de mis intereses egoístas), teniendo presente a Dios en nuestras propias aflicciones y llevando el consuelo del Señor al prójimo afligido, trabajando por la paz, teniendo un alma de pobres que descubre en su Dios su mayor seguridad y riqueza, al punto de estar siempre sereno en las vicisitudes de la vida, confiando en su Providencia (Cfr. Mt 5, 1-12. 6, 25-32)
Vivir en lo concreto estos valores del Evangelio es nuestra vocación.
A algunos el Señor les pedirá practicarlos en el trajín cotidiano del mundo del trabajo en la sociedad humana, formando familia y a otros en una entrega absoluta y total a ese Reino ofreciéndose por entero a su propagación (sacerdotes, consagrados/as). Como fuere y según el camino que Dios nos muestre a cada uno en particular dentro de la comunidad cristiana, todos contamos con la gozosa invitación de Jesús a buscar su Reino en las situaciones concretas y materiales en las que transcurra nuestra existencia.
María Santísima que con sus acciones y actitudes de amor a Dios y al prójimo hizo presente el Reino de los Cielos de una manera excepcional, nos ayude con su oración y presencia maternales a que podamos responder generosamente a esta vocación que todos los cristianos tenemos.
P Flavio Quiroga