domingo, 19 de febrero de 2017

¿Vocación a ser perfectos?

En el Evangelio de San Mateo Jesús se dirige a sus discípulos diciéndoles que deben ser perfectos como el Padre de los Cielos (Cfr. 5, 48).

Esta exigencia de parte de Jesús está en torno a las Bienaventuranzas (Mt. 5, 1-12) que señalan el camino de vida cristiano al que todos estamos llamados y, por tanto, es una vocación que nos compete a todos los bautizados. No es privativo de los que viven una especial consagración.

Pero...¿Es posible esta vocación? ¿Es posible ser perfectos? ¿Es lindo ser perfectos?

La respuesta a estas preguntas ciertamente es negativa, porque generalmente confundimos la perfección con el perfeccionismo. Jesús nos llama a ser perfectos, no a ser perfeccionistas.

Entendemos aquí por perfeccionista a aquella persona que pretende cumplir con todas las reglas y todas las expectativas. No dar motivo de queja alguno e incluso despertar la admiración. De allí que se desviva y se agote en un esfuerzo esclavizante que le hace perder energía y alegría. Se obsesione con los defectos y no viva sino para auto-demostrarse que no los tiene. En ese proceso muchas veces se mienta a sí mismo tapándose los ojos frente a sus errores...

Lo peor del perfeccionista es que, contento y engañado con su figura impecable, mide con la misma regla a todos a su alrededor ¡Por supuesto que los encuentra defectuosos! A partir de ese momento se convierte en enemigo de todos, les enrostra sus faltas de frente o a sus espaldas, los desprecia y se siente (aunque no lo sea) superior. Cuando acusa defectos no lo hace para corregir y ayudar, sino para destruir.

El perfeccionista es así incapaz de perdonar al prójimo, pero también es incapaz de perdonarse a sí miso. No es a eso a lo que os llama el Señor. No es esa nuestra vocación.

Jesús pide que seamos perfectos como el Padre que hace salir su sol sobre malos y buenos y hace caer la lluvia sobre justos e injustos (Mt 5, 43b) Es decir, nos llama a ser perfectos en el amor.

Perfecto no es el que cumple con la regla, el que no se equivoca... perfecto es el que ama como el Padre y eso, en primer lugar, lleva a amar al otro por encima de sus errores, perdonándolo y ayudándolo a que se corrija. No en vano este pasaje en la versión de San Lucas dice: sean misericordiosos como el Padre de ustedes es misericordioso (Lc 6, 36) La perfección está en la misericordia, en el amor.

Un amor que no devuelve golpe por golpe y capaz de dar el doble de lo que se le pide sin hacerse el tonto frente al necesitado. Esa es nuestra vocación (Cfr. Mt. 5, 38-40)

Cuando lo vemos así, ser perfecto es algo hermoso. Se trata de amar y mucho, al estilo de Dios, hasta el punto de amar a los propios enemigos (Cfr. Mt 5, 44).

Y es también posible, porque Dios es un Dios que perdona. Él perdona todas tus culpas y cura todas tus dolencias (Sal 102,3) Razón por la cual no hay que negar las propias imperfecciones, ni esforzarse en engañarnos para convencernos que no tenemos defectos o que por lo menos no son tan groseros como los de los demás. No. Aceptamos serenamente nuestras limitaciones, pedimos perdón y ayuda al Señor y a otros para retomar el camino. En eso consiste nuestra perfección, nuestra vocación.

Sea María Santísima nuestra Madre-maestra en este camino de perfección cristiana que no tiene nada que ver con un perfeccionismo estéril y narcisista

P Flavio Quiroga
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