La Liturgia del Domingo de Ramos de este año nos ofrece el relato de la Pasión de Jesús en la versión del Evangelio de Mateo (26-27). Allí el Señor utiliza un título mesiánico para referirse a sí mismo: Hijo del Hombre (26,24.46)
Se trata de una figura victoriosa utilizada en el Libro de Daniel (7,13-14) tras vaticinar la caída de los Pueblos opresores.El Hijo del Hombre es quien se impone por fin a todos y, en contraste con ellos, su reinado no conoce el fin.
Lo interesante de esta imagen es que tal prevalencia no es fruto de una contienda, ni se produce por enfrentamientos y tal vez por eso Jesús la utiliza para referirse a sí mismo como Mesías de Dios.
En la época de Cristo muchos esperaban un Salvador, pero de corte político. Alguien que no sólo devolviera la independencia al Pueblo, sino que incluso lo catapultara a la altura de los grandes imperios de la Antigüedad, o quizá a convertirse en el único y definitivo Imperio. Es claro que esto sólo podía producirse bajo una revolución al estilo de los grandes héroes como Judas Macabeo.
Pero aquella figura de las profecías de Daniel, en lo sobrecogedor de su majestuosidad, no tenía nada que ver con un brazo militar. Simplemente era presentada como un signo de la victoria divina sobre toda forma de poder, por oscura y potente que fuera.
Por eso armoniza perfectamente con otra figura mesiánica de la que Jesús echa mano para entrar en Jerusalén. La del Rey humilde que ingresa en ella montado en un asno (Cfr. Za 9, 9), no a caballo ni en carro de guerra.
A este respecto, el Evangelio de Mateo describe la escena con un detalle muy interesante. La multitud que iba delante de Jesús y la que lo seguía gritaba: "¡Hosana al Hijo de David!" Jesús va en medio de la gente, no adelante, como un mandamás, tampoco atrás como broche de oro. Es Rey, es Mesías, pero va en medio...
Esa actitud del Señor es la que de manera particular está llamada a imitar la Iglesia, sobre todo en el mundo de hoy. Esa es su vocación, es decir la nuestra, sacerdotes, laicos, consagrados debemos estar, en la medida que nos es dado, en medio de la realidad cotidiana. Sin privilegios, sin alardes, con la sencillez del diario vivir. Porque es allí donde debe estar presente nuestro manso Mesías.
El Hijo del Hombre es una figura vencedora, pero no guerrera. Su victoria pasa por la Cruz del Amor. Nosotros estamos invitados a participar de ella. No nos extrañe que nuestras vidas también terminen en un Gólgota, pero recordemos que el Cuerpo de Cristo no queda suspendido en el patíbulo para siempre sino que... resucita; igual nosotros.
Le pidamos a la Virgen María responder al llamado de la victoria en la Cruz, sin armas, ni poder, ni imposición. Sí con el amor, la misericordia, la ayuda mutua, la vida nueva, la Resurrección
P Flavio Quiroga
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