sábado, 29 de diciembre de 2018

Domingo de la Sagrada Familia. Vocación, pertenencia y apropiación

Permítanme desviarme un poco de lo que veníamos hablando hasta aquí sobre el discernimiento de los carismas vocacionales.

El Domingo inmediato después de la Navidad es el dedicado a la Sagrada Familia. 

Entre los textos que la liturgia propone para su celebración está aquel del Niño Jesús perdido y hallado en el Templo (Lc. 2, 41-52)

En los Evangelio la familia de Jesús es presentada como un grupo de pertenencia. Se trata de los descendientes de David (Cf. Mt 1,1-16; Lc 1, 26; 3, 23-38).

Pertenecer a un grupo implica encontrar protección y cobijo, espacio personal en el que se puede alguien manifestar tal cual es, de forma que es un constitutivo de la propia identidad. 

En efecto, lo paradójico es que nuestra identidad se construye no a partir de nosotros mismos aisladamente, sino en el roce con los otros. El contacto más cercano y en el caso de los esposos, hasta físicamente íntimo, es la fragua de un yo único e irrepetible.

El sentido de pertenencia respecto de un grupo se produce en una doble dirección, se trata de una pertenencia mutua. Pertenezco a una comunidad,  pero a su vez ella me pertenece a mí y también nos pertenecemos con cada uno de sus miembros en particular.

Conviene notar este detalle, porque cuando esta relación multilateral se reduce en una única dirección ya no hablamos de pertenencia, sino de posesión y eso es gravísimo.

Jesús perdido y encontrado por parte de María y José es un clarísimo ejemplo de pertenencia mutua, pero no de posesión. 

En efecto, el Cristo adolescente se queda en Jerusalén y, a juzgar por las expresiones de San Lucas, en ningún momento se escondió para eso. Sencillamente no partió con la caravana. Tiene muy claro que no es propiedad de sus padres. Así mismo, ellos al encontrarlo le preguntan por qué había realizado semejante cosa. Al recibir su respuesta ¿por qué me buscaban?, no hacen nada por impedir que siga ocupado en las cosas de su Padre y esto a pesar de que no comprendieron lo que les decía. (Cf 2,48-50) A renglón seguido regresa con ellos a Nazareth, pero lo hace libremente, sin que se detecte ninguna tensión en la escena.

Precioso ejemplo de aprender a vivir la propia vocación en familia. De saberla buscar por parte de uno mismo y saber aceptar la de los demás. De saber estimularnos entre nosotros a descubrir cuál es la voluntad de Dios respecto de nuestras vidas. Vidas que se pertenecen mutuamente.

Pertenencia sí, apropiación, posesión o dominio, no.

Aprendamos a vivir así nuestra vocación, sea cual sea, dentro de nuestro entorno familiar que a veces ayuda y a veces puede que entorpezca las cosas. Lo importante en un caso u otro es que pretendamos realizar en nuestra vida lo que el Padre requiere de nosotros: ¿Por qué me buscaban? ¿No sabían que yo debo ocuparme de los asuntos de mi Padre? (2, 49)


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