miércoles, 23 de enero de 2019

¿Qué son los estados de vida?

Repasando un poco lo que vinimos viendo hasta ahora:

A todos los cristianos el Señor nos llama a vivir determinado aspecto del Misterio de Cristo en nuestras vidas. El Espíritu Santo despierta en nosotros una atracción para realizar aquella dimensión de la inabarcable persona de Jesús que más nos resulta cautivante, de tal forma que la concretemos en el tramo de la historia en que hemos sido llamados a la vida. 

Esto no podemos hacerlo por nosotros mismos, por ello a demás de la gracia divina, contamos con hermanos nuestros en el Bautismo a quienes descubrimos en la gran comunidad de la Iglesia; hermanos que comparten con nosotros la misma inquietud y alegría por sentir esa inclinación a imitar a Jesús. En esto consisten los carismas vocacionales. De alguna manera ellos se van expresando a lo largo del tiempo y van configurando una índole propia, una especie de idiosincracia o identidad comunitaria, reconocida expresamente por la Iglesia. 

Este reconocimiento les da cierta institucionalidad, por eso también podríamos llamarlos carismas institucionales, los cuales configuran distintas formas de asociación entre bautizados como por ejemplo los grupos, los movimientos, los institutos religiosos o seculares, congregaciones, órdenes religiosas, sociedades de vida apostólica, etc... (Digo etcétera porque la acción del Espíritu Santo no tiene límites).

Ahora bien, a lo largo de la vida Dios nos puede llamar a distintas cosas y así en varias ocasiones es probable que para responderle consideremos necesario pasar de un grupo a otro. Esto, cuando es consecuencia de un discernimiento sereno, sincero, humilde y acompañado por algún hermano, especialemente dotado para esto, no debería traer mayores problemas. Los miembros del grupo que uno deja, no debería tampoco sentirse traicionado u ofendido. Siempre y cuando el fruto del discernimiento lleve al que se separa a una entrega generosa al Maestro, a quien todos seguimos desde nuestras limitaciones humanas, no debería generar mayores crisis y mucho menos enemistades irreconciliables. 

Los estados de vida
Sin embargo en la vivencia de la vocación cristiana hay ciertas maneras de seguir a Jesús que requieren una estabilidad muy firme, una identidad vocacional a partir de la cual vamos realizando las experiencias de los diversos carismas a los que el Señor puede irnos convocando conforme transcurren los años y conforme se van presentando las necesidades del prójimo y de la Iglesia.

Esa identidad vocacional cuyos cambios son mínimos a lo largo de toda la vida, porque constituyen una base, un punto de pibote, es lo que llamamos estados de vida.

Básicamente podríamos hablar de los siguientes estados de vida: 
  • Soletería o doncellez
  • Matrimonio
  • Viudez
  • Especial Consagración 
  • Ministerio Sacerdotal
Como pueden deducir es muy claro porqué en ellos no hay muchas posibilidades de cambiar uno por otro. 

De todos ellos acaso los más inestables pueden ser los de soltería y viudez. Son situaciones de vida que pueden durar mucho o poco. El soltero o la persona viuda se puede casar, o se puede consagrar, o ser ordenado sacerdote; o bien puede permanecer así toda su vida.

Claro está que asumir o cambiar un estado de vida, requiere un arduo y profundo proceso de discernimiento, en el que la gracia de Dios acompaña e ilumina. Ciertamente es necesario el testimonio de personas que viven con mucha entrega alguno de ellos y algún/a hermano/a que pueda ayudar a aclarar las cosas.

Es importantísimo que no los consideremos nunca una situación en la que la cultura o la historia personal nos dejó, casi sin nuestra participación. No son una condena del destino en la cual somos víctimas fatales. Por ejemplo, no es sano que alguien interprete su vida matrimonial como el resultado ineludible de sucesos que lo llevaron a eso, o como la lógica consecuencia de quien vivió en un pueblo o en una época en la que la cultura marcaba la "obligación" de casarse o tener hijos. Tampoco debiera interpretarse de esa forma la especial consagración o el ministerio sacerdotal. Es más, ni la propia soltería "perpetua" debería considerarse como una especie de desgracia o como fruto de la indiferencia ante los valores comunitarios que llevan a formar una familia, o consagrarse a Dios o servir ministerialmente a su pueblo

¿Y cuál sería entonces la mejor manera de interpretar un estado de vida? Como la respuesta a una vocación. Los sacerdotes, los consagrados, los casados, lo son porque Dios los llamó a vivir de esa manera en comunión con otros. Otros que son los hermanos de una comunidad de consagrados, o la comunidad de la Iglesia en el mundo, o con un consorte con el cual formar un hogar, hasta que la muerte los separe. Más allá de estados de vida, hablamos de vocaciones.

Cada una de estas vocaciones tiene una riqueza humana y carismática preciosa que deberemos ir descubriendo y ahondando cada vez más. Ninguna es superior a otra, en todo caso son las diversas formas en las que vamos concretando nuestro seguimiento a Jesús.





jueves, 10 de enero de 2019

El discernimiento eclesial de los carismas

Habíamos dicho que los carismas comunitarios son una forma específica que el Espíritu Santo despierta en un fundador/a para responder a una necesidad propiamente humana (por ejemplo hambre, ignorancia, postergación social, enfermedades, etc...), pero desde la Iglesia.

Podemos entenderlos también como distintas formas de un único amor a la Iglesia. En efecto, muchos de los carismas miran no sólo a necesidades humanas fuera de la Iglesia, sino también otras que se producen en su interior. A veces algunos tienen la misión de reformar situaciones eclesiales que han perdido su autenticidad evangélica.

Si se quiere puede decirse que los carismas son  las múltiples formas de ser Iglesia de Cristo en diversas circunstancias de la historia, las cuales se ofrecen hacia fuera y hacia dentro de Ella para concretar una vía de acceso al Reino de Dios; o para saciar las indigencias del espíritu humano en necesidades temporales. Esto teniendo en cuenta que el Reino de Dios no está aparte de la temporalidad humana, porque se va concretando en ella y ella está potencialmente preparada para recibirlo y realizarlo; pero ese es otro tema que podremos dejarlo para otra vez.

En fin, se trata de experiencias comunitarias producidas por el Espíritu Santo dentro de la Iglesia, como si ésta fuera una especie de útero en el que se gestan. Experiencias que replican en distintas formas y épocas el inabarcable misterio de Cristo hacia las que nos sentimos atraídos casi irresistiblemente como discípulos suyos.

Esta pertenencia a la Iglesia trae como consecuencia que es Ella quien debe discernir la autenticidad de estas experiencias, para determinar si se trata de dones del Espíritu Santo. Sí, porque lamentablemente algunas de ellas pueden ser fantasías de algunas personas que pretenden compensar falencias (aveces patológicas) de su personalidad; algo tiene que ver con el tema de los mesianismos del artículo anterior. Esto sin descartar la actuación del mal espíritu que puede tomar apariencias de bondad en la supuesta inspiración de una obra conveniente y buena, pero que en realidad esconde intereses que no son los de Cristo Jesús. Y esto incluso contando con la buena voluntad de gente sincera y entregada.

Por eso la Iglesia ante el aparente nacimiento de carismas comunitarios, se toma un tiempo para dilucidar su autenticidad o no. En esto tiene mucho que ver lo que plantean quienes lo inician; no se puede proponer un carisma cayendo en la indeterminación de aquellos elementos que lo constituirían. Tiene mucho que ver también los frutos de santidad de vida que dicha propuesta va ofreciendo a la Iglesia. De manera que no es solamente lo que se propone en teoría, sino también lo que se produce en la vida eclesial y de las personas.

Con el paso del tiempo las propuestas carismáticas van aclarándose y tal vez incluso replanteándose y corrigiéndose y la Iglesia comienza a darles su aprobación explícita. Suele ser un camino largo lleno de prudencia y no exento de sinsabores.

Además los carismas están dentro del concierto de la Iglesia toda y tienen como fin servirla en su misión concretándola en situaciones particulares. Es muy comprensible entonces que la comunidad eclesial se tome muy en serio el hecho de reconocerlos y aprobarlos tras haberlos puesto a prueba en su fidelidad al Evangelio de Jesús. Si un pretendido carisma dañara la Iglesia, no puede considerarse como venido del Espíritu Santo, pues Él no los suscita con esa finalidad.

Cuando nace un carisma, la comunidad de discípulos comienza un camino de discernimiento cuya figura principal y su expresión ineludible será el Obispo de aquel lugar en donde comenzó. Podrán sumarse muchas voces de la colegialidad de los Obispos según vaya expandiéndose la experiencia del Espíritu que irán corroborando o no su reconocimiento y en muchas ocasiones será la autoridad del Santo Padre la cual dará el toque final.

Siempre es el Obispo de un lugar quien debe determinar, tras un camino de diálogo sincero y profundo la conveniencia de un pretendido carisma, cuando este todavía está en ciernes. Pero incluso compete a él, determinar la conveniencia o no de la inserción de carismas reconocidos por la Iglesia dentro de la comunidad a su cargo. Dicho de otra forma, por más que ciertos carismas estén plenamente aceptados, si un Obispo no los considera convenientes para su grey, no deben instaurarse en la Diócesis.

La humildad para convivir con todos los demás carismas en la comunión católica y en consecuencia con la obediencia debida a los Apóstoles en sus sucesores los Obispos, serán gran prenda de autenticidad de un carisma vocacional comunitario.

A nivel personal esto nos lleva saber que cuando experimentamos el llamado a vivir determinado carisma, es en comunión con quienes ya lo viven, con otras personas que forman parte de la Iglesia, cómo debemos dilucidar nuestra vocación a participar de él o no. Al decir del Papa Frnacisco no existe la selfie vocacional. No basta con lo que sientes, o puedes, o crees. Es todo eso, pero siempre dentro de una comunidad eclesial. Lo vemos con mayor detalle más adelante, ¿les parece?