domingo, 26 de marzo de 2017

La Vocación, un Camino de Descubrimientos

La vocación, si bien es cierto es un don, también es un itinerario a través del cual Jesús nos va descubriendo paulatinamente su rostro. Un rostro que a medida que se va aclarando delinea los rasgos de nuestra identidad. Vale decir, a medida que vamos descubriendo al Señor, vamos siendo cada vez más nosotros mismos.
El evangelio de Juan cuenta uno de los signos (milagros) de Cristo donde aparece este aspecto de la vocación. Se trata de la curación del ciego (9).

Lo primero que llama la atención al lector y a los protagonistas de este suceso es que se trata de un ciego de nacimiento, es decir alguien que nunca tuvo la experiencia sensorial de ver. Cristo no le devuelve la vista, porque nunca la tuvo; se la otorga y en el mismo gesto que utiliza para brindársela hay un remitente al relato de la creación. En él la Escritura recurre a la imagen del Dios alfarero que crea al hombre a partir de una artesanía de barro (Gen 2, 7). Aquí Jesús hace barro con su saliva y lo unta sobre los ojos del ciego (Jn 9, 6). Es un acto creacional.

A partir de allí, y con la libre colaboración del hombre, comienza el milagro cuyo punto final es el descubrimiento de Jesús como Mesías Salvador (Jn 9,38)

Pero antes de eso hay todo un proceso. Cuando le preguntan por su benefactor, para él es un hombre del cual no sabe dónde está (Jn 9, 11). Más tarde, dirá es un profeta (Jn 9, 17) y sobre el final lo adora como Hijo del Hombre (Jn 9, 38)

Nuestra vocación, sea cual sea, también es así. No es clara al principio, incluso puede parecer que no tenemos ninguna (el ciego jamás había visto). Para nosotros no es un tema resuelto de entrada, sino una realidad dinámica que va cobrando cuerpo a medida que pasa el tiempo.

Es una intervención gratuita de Dios en nuestra historia personal. Nótese que nadie le pide al Señor que haga el milagro, ni sus discípulos, ni su familia, ni siquiera el mismo enfermo que al parecer no tiene idea de quien es Jesús y ha naturalizado su ceguera. No son sus padres los que le dan la vocación, incluso en el relato se desentienden del hijo que había nacido ciego (Jn 9,18-23), ni las autoridades religiosas que más bien ponen en tela de juicio la veracidad del hecho, ni los demás seguidores de Cristo que al principio pretenden explicar la penosa situación del ciego con un pecado (Jn 9, 1-3)

De manera que no es una resultante humana, sino la consecuencia de ser mirados con amor en medio de nuestra ceguera y esa mirada que lleva al Señor a tocarnos, embarrándose por nosotros y con nosotros, nos cambia la vida al punto de producir el asombro de los demás. El Evangelio dice que aquel ciego limosnero había cambiado tanto que la gente creía que era otra persona (Jn 9, 8-9)

Hemos sido tocados por Dios para descubrir quién es Él en nuestra vida, en la de los demás y en la historia humana y quiénes somos en realidad nosotros mismos, pero todo esto tan maravilloso puede quedar truncado si no ponemos de nuestra parte.

El Señor envía al ciego con los ojos embarrados a lavarse en la piscina de Siloé (Jn 9, 7) De no hacerlo, aquella intervención gratuita de Dios queda frustrada.

Vayamos nosotros también a Siloé, a las aguas del Espíritu Santo que se nos dio en el Bautismo, a las fuentes de la Palabra de Dios que calman la sed, a las aguas de la caridad que restauran las fatigas y los sufrimientos del prójimo, las aguas de la sana inquietud que lleva a preguntarme qué sentido tiene mi vida, quién soy y quién debo llegar a ser...

Confiemos y pidamos la interceción de María que respondió generosamente a su vocación de Madre de Dios y de los hombres, para que vayamos descubriendo nuestra vocación.
P. Flavio Quiroga


martes, 21 de marzo de 2017

Logos del Año voacional 2017 Prelatura de Cafayate

Generalidades:
Los logos para el año vocacional llevan como leyenda “Maestro, ¿dónde vives?...Vengan y Verán” (Cfr. Jn 1, 38-39) en cuanto es el pasaje utilizado en la Carta Pastoral de Nuestro Obispo para el Año Vocacional. Tienen también los carteles que indican el Año Vocacional 2017 y la Iglesia Particular que lo convoca, Prelatura de Cafayate.
El primer logo muestra una mano ofreciendo un mate.
El mate en la cultura Argentina es un elemento muy difundido, reconocido y practicado en todo el País.
Normalmente se lo asocia con la amistad fraterna, la comunión, la sencillez, la compañía, forma parte de uno de los ritos de bienvenida. Es común a todas las clases sociales porque sus ingredientes principales, yerba mate, agua y eventualmente azúcar, están al alcance incluso de los más necesitados. Quien lo ofrece no necesita otros manjares que lo acompañen, en el común de los casos puede bastar con un poco de pan, pero si la pobreza es muy extrema hasta se puede prescindir de él. El mate, como gesto y actitud de apertura al visitante se basta por sí solo.
En el dibujo se cuenta con el lenguaje del mate. Se ofrece lleno, con la bombilla en dirección al invitado y con la mano derecha.
La mano lleva el detalle de una llaga abierta en relación con las llagas de Jesús Crucificado dando a entender que es Él quien lo ofrece. Así da acceso a la intimidad de su vida, lo cual condice plenamente con el episodio del Evangelio de Juan utilizado para la leyenda del logo. De haber sido argentino, Jesús les habría ofrecido un mate a aquellos discípulos.
La mano llagada remite a la Cruz, lugar común entre el Maestro y sus discípulos, pero al ofrecer el mate es la mano de alguien vivo (un muerto no invita un mate) y esto refiere al seguimiento de Cristo muerto y resucitado. Quien comparte con Jesús el mate comparte su suerte (Cfr. Jn 13, 8): Cruz y Resurrección.
El segundo logo es una representación iconográfica que alude directamente al pasaje de Jn 1, 31-39.
La figura de los discípulos y la de Jesús se encuentran en posición caminante, pues la vocación es eso ir detrás de Jesús a compartir su vida. ¿Dónde vives?...Vengan y lo verán (Jn 1, 38-39)
El paso de Cristo es amplio y seguro, sin embargo el rostro está vuelto hacia los discípulos cuyo caminar es más tímido y quedo. Esto quiere manifestar que, si bien es cierto el ideal de una vocación requiere una gran generosidad y santidad, el Señor no pierde de vista nuestras debilidades, las conoce, las comprende y hasta cuenta con ellas.
El brazo de Jesús se extiende sobre las figuras de los discípulos y se desprende del gesto
a) Un compromiso afectivo y cercano hacia los discípulos.
b) Una mano tendida para arrancar de la lentitud, pero sin violencia, ni premuras que fuercen el seguimiento.
c) Una palmada de aliento para no abandonar el camino ni desilusionarse.
Un último elemento a tener en cuenta es el fondo que reproduce en líneas fundamentales un paisaje vallisto, con el detalle del cardón mayormente presente en todos nuestros parajes. Jesús se ha hecho presente y vive en esta Prelatura y en ella nos invita a seguir sus pasos.
Flavio

sábado, 18 de marzo de 2017

Vocación a Desbordar desde el Vacío

Cuando el Evangelio según San Juan narra el encuentro de Jesús con la Samaritana (4, 1-42) hay un elemento que queda como un detalle anecdótico, casi escenográfico sin ninguna relevancia.  Tras el diálogo tenido con el Señor, interrumpido por el regreso de los discípulos, pero suficiente para que ella lo conociera como el Mesías, el autor señala que la mujer, dejando allí su cántaro, corrió a la ciudad (4, 28) para instar a sus vecinos a ir a conocer al Salvador.

Aparentemente el recipiente habría quedado vacío, pero el texto no lo especifica, pues el diálogo con Jesús pudo haberse disparado tras haberlo llenado ella, o pudo realizar aquella operación mientras charlaban.

Tras la conversación en torno al agua que sacia la sed, la anotación del evangelista no es ociosa, porque Cristo realiza con ella todo un itinerario pedagógico que comienza con el elemento natural para remitirla a realidades espirituales mucho más hondas y sabrosas.

Esta enseñanza secuenciada de Jesús va vaciando a la mujer de todas sus plenitudes, seguridades humanas que de alguna manera la hinchan y saturan constituyendo sus penosas riquezas. Penosas porque se afirman en realidades mundanas que al final dejan el corazón vacío. 

En primer término está su complejo de inferioridad étnica que la llena de resentimiento, recelo y mezquindad: «¡Cómo! ¿Tú, que eres judío, me pides de beber a mí, que soy samaritana? (4,9) En segundo lugar su azarosa y para ella vergonzante vida afectiva, con todas las consecuencias sociales que se puede uno imaginar: has tenido cinco y el que ahora tienes no es tu marido (4,17-18) Esta abundancia de esposos la llena también de mentiras, de las que Jesús muy delicadamente la desenmascara. La tercera acaso sea la más peligrosa, la pretensión de ser dueña de la verdad, con la mirada despectiva hacia los que en teoría están en un error. Esta presunción es muy grave porque se refiere a la verdad más alta del corazón humano, la adoración a Dios: Nuestros padres adoraron en esta montaña, y ustedes dicen que es en Jerusalén donde se debe adorar (4,20) Es de notar que esta superioridad la esgrime contra los judíos, quienes a su vez se creían superiores a los samaritanos.

El Maestro va derrumbando cada una de esas suficiencias con que la mujer se le ha presentado y que aparentemente le daban seguridad, pero en realidad la despojaban de sí misma. En efecto, al final del trayecto Cristo la ha enfrentado con su auténtica realidad y la vacuidad de sus seguridades.

La contrapartida a este vaciamiento es que imperceptiblemente el Señor ha ido colmándola de una auténtica riqueza, tan abundante y fuera de serie que la samaritana no puede menos que, dejando allí su cántaro,  salir corriendo a su ciudad para que los demás conozcan al Mesías ¿Lo deja vacío, lo deja lleno? Lo que importa en realidad es de qué se vació ella y, por el contrario, de qué quedó llena. Y lo cierto es que aquel cántaro (figura de su portadora) no sólo recibe, sino que emana agua y agua viva.

Efectivamente, el Señor le ha  prometido un agua viva capaz de saciar cualquier sed y de convertir a quien la recibe en manantial que brotará  hasta la vida eterna (Jn 4, 14) Esa es la vocación de la samaritana y de la Iglesia, es la vocación de cada bautizado que vive en ella.

Para responder a esta llamada de Jesús es necesario pasar por el camino del vaciamiento por el que transitó aquella mujer. Pero notemos que no es un vacío que conduce a la nada, a una ausencia indeterminada, sino todo lo contrario, conduce a la Plenitud, a Dios mismo que sacia todas nuestras carencias y debilidades con el agua viva del Espíritu Santo. No es tampoco un vacío en el que nos adentramos solos, es Cristo quien nos conduce, pero _repitámoslo una vez más_ no para dejarnos huecos, sino para llenarnos de la presencia divina y de la verdad sobre nosotros mismos. 

Finalmente, este vacío pleno no es para gozarlo en soledad, está abierto a los demás. Así pues, la samaritana, quien se deja vaciar y a la vez llenar por Cristo, no puede menos de procurar que su gente pueda tener la misma experiencia. Porque, contrariamente a lo que algunos piensan, la vocación y la fe cristianas no son intimistas, sino ampliamente sociales. La experiencia vocacional siempre de alguna manera abre al otro, al prójimo; si no lo hace seguramente es falsa.

En fin, ningún cristiano, sacerdote, consagrado/a, laico puede pretender ser fuente de agua viva para el mundo de hoy si no está disponible a que la Palabra de Dios lo vaya vaciando de sus supuestas autosuficiencias, de sus resentimientos, mezquindades, miedos, apegos desordenados, aislamientos y una larga lista de etcéteras. Cada creyente podrá ser un verdadero manantial para su hermano y la sociedad en que vive en la medida que se abra al Espíritu Santo, fuente de agua viva, se vacíe de sus engreimientos petulantes.

Le pidamos a María Santísima, humilde servidora del Señor, poder desbordar el agua viva del Espíritu desde el vacío de nuestros egos.

P. Flavio Quiroga


domingo, 12 de marzo de 2017

Vocación a escuchar, aprender y obedecer

Los tres primeros Evangelios nos cuentan un episodio muy llamativo de la vida de Jesús y sus discípulos: la Transfiguración del Señor (Mt 17, 1-9; Mc 9, 2-9; Lc 9, 28-36). Jesús a los pocos días de declarar que muchos de sus oyentes no morirían sin antes haber visto el Reino de Dios, se lleva consigo a Pedro Santiago y Juan a una montaña. Una vez allí se muestra glorificado. Las descripciones son sobrecogedoras y con aquella experiencia Cristo cumple su promesa.

Tanto Mateo como Marcos señalan que fue seis días después (Mt 17,1; Mc 2,9)1. Para la literatura bíblica el seis se halla en relación con el siete, el número perfecto, y es claro que no lo alcanza. De manera que este detalle nos muestra que aquella manifestación gloriosa del Reino de Dios en la Persona de Jesús, no es todavía su llegada en plenitud. Se trata sólo de un anticipo.

Por eso se entiende que no le es dado a Pedro cumplir su deseo de hacer tres carpas (Mt 17,4; Mc 9,5; Lc 9, 33) para quedarse allí. No es posible poseer aquél Reino ahora, porque en el tiempo presente, este Reino ya ha llegado en Cristo, pero todavía no ha alcanzado su perfección. Lo hará recién al final de los tiempos.

De allí que somos llamados a vivirlo no en la visión, sino en la escucha. Este es mi Hijo muy querido, en quien tengo puesta mi predilección, escúchenlo (Mt 17,5; Cfr. Mc 9, 7; Lc 9,35)


Esta escucha es algo propio de la espiritualidad bíblica. De hecho, el creyente, en las Sagradas Escrituras, es principalmente aquel que escucha la Palabra; esta es su actitud característica.



Pero escuchar no es captar un sonido, sino prestar atención. Por eso, cuando el texto habla de esta escucha hace referencia directa al papel del discípulo: Escucha a su Maestro atenta y constantemente para aprender de Él.



Ahora bien, este aprendizaje no es intelectual, sino más bien experiencial. El discípulo no se restringe a asimilar conceptos o enseñanzas, sino que obedece e imita las máximas y la manera de vivir de su Maestro. En efecto hay quienes piensan que el verbo obedecer proviene latín ob-audiens, lo que está delante del oyente, o simplemente de oboedio, seguir los concejos de, prestar oídos . La obediencia es fruto de la escucha.



Para los que vivimos en esta etapa aún imperfecta del Reino de Dios nuestra vocación está en escuchar de esta forma la Palabra que es Cristo. No se trata, por lo tanto, de la obediencia producida por la imposición del más fuerte sobre el más débil. No es la obediencia al autoritarismo, tampoco a una normativa buena en sí misma, pero que poco me convence o a la que acato sin entusiasmo. La obediencia aquí es fruto del amor y la admiración por el Maestro.


Tal admiración y adhesión, surgen de la experiencia tenida en el contacto y trato tanto personal como comunitario habido con Cristo. Sí, porque Jesús lleva a la montaña a tres discípulos, no a uno solo, ni uno por vez: es una experiencia comunitaria. Por eso nuestra vocación cristiana no puede realizarse nunca sin este componente comunitario. Ni el sacerdocio, ni la vida consagrada, ni la familia, ni ninguna otra forma de vivencia cristiana puede hacerse genuinamente de manera aislada e individualista.

Tampoco puede agotarse en mi comunidad, como si se tratara de un regalo hecho por el Señor para que lo goce solamente nuestro grupo. Jesús les hace saber que, en su momento habrán de hablar a los demás sobre esta experiencia; abrir la comunidad no dejarla cerrada en el espíritu sectario de solamente nosotros (Mt 17,9; Mc 9,9; Lc 9,36). De esta forma la escucha atenta y obediente del discípulo, es una escucha llamada también al testimonio.

Roguémosle a María Santísima la primera y la más dócil discípula de Jesús que podamos descubrir estas cosas y escuchar a su Hijo en quien el Padre se complace y en quien llega a nosotros el Reino de los Cielos. Este Reino cuya perfección anhelamos y por la que trabajamos desde ahora en la tierra, escuchando, aprendiendo y obedeciendo.

1. Sorprendentemente la versión del Evangelio de Lucas habla de unos ocho días después (9,28) y en esa divergencia el autor enlaza este acontecimiento con la práctica primera de la Iglesia de reunirse los domingos (cada ocho días, según la manera de contar de los judíos). Coincide también con Jn 20,26 que narra la segunda aparición del Resuscitado ocho días más tarde. Para la espiritualidad de Lucas la visión del Cristo glorificado está en relación directa con la celebración comunitaria del Domingo.
P. Flavio Quiroga




sábado, 4 de marzo de 2017

Vocación a ser tentados

Es llamativo que en los Evangelios, cuando se habla de las tentaciones de Jesús, sean presentadas después de su Bautismo y sobre todo que sea el Espíritu Santo quien lo conduzca al desierto para ser tentado.

Uno esperaría que después del Bautismo se sucediera el relato de la predicación de Cristo, o la elección de los Apóstoles, en definitiva un episodio tranquilo; no una lucha en el desierto. En la versión de San Mateo (4, 1-11) la expresión ser tentado o puesto a prueba también podría entenderse como ser atacado.

Al respecto es interesante pensar que nosotros hemos sido bautizados en Cristo y hemos recibido su mismo Espíritu ¿Habremos de concluir que también somos conducidos por Él para ser puestos a prueba? Tal vez sí.

¿Por qué? Es muy  pretencioso responder semejante pregunta. Sin embargo podemos suponer, entre otras cosas, que nos lleva al desierto de nuestra propia mismidad, aquella en la que afloran nuestras debilidades más hondas, porque es precisamente en ese terreno en el que podemos madurar y crecer como personas. 

Es en ese lugar también en el que podemos optar por el plan de Dios sobre nuestra vida (vocación) dejando de lado nuestras propias pretensiones o las ambiciones de otros respecto de nosotros. Es en esto en lo que el demonio quiere corrompernos, pues si lo consigue, no solamente estropea el camino de nuestra vida, sino que también entorpece la de aquellos a los que nuestra vocación puede beneficiar y bendecir.

Es un riesgo enorme y sin embargo Dios lo quiere correr. Es claro que lo hace porque la victoria sobre el diablo ya la consiguió Jesús y a nosotros sólo nos queda sumarnos a ella. Pero además porque en el desierto no estamos tan solos como parece.

En efecto, cuando el Evangelio de Mateo narra las tentaciones dice que Jesús fue conducido por el Espíritu al desierto, pero una de las acepciones del verbo conducir en griego (idioma en el que llegó el Nuevo Testamento hasta nosotros) es llevar consigo...El Espíritu Santo lleva consigo a Jesús al desierto, no lo abandona allí, lo acompaña. Es claro, cuando el Espíritu nos enfrenta con nuestra propia debilidad potenciada o aprovechada por nuestro enemigo, no nos deja solos. El Paráclito, el Espíritu está con nosotros.

Por eso no debemos desesperarnos al saber que somos susceptibles de tentación y aunque pasara lo peor, si cediéramos a los engaños del mal cayendo en pecado, aún podríamos recurrir a la Misericordia Divina para ser elevados y puestos en camino nuevamente.

María Santísima en quien se ha verificado la amplia victoria de Jesús sobre el mal, fecundada por el Espíritu para ser Madre del Salvador y de su Iglesia, nos acompañe en el camino de nuestra vida.

P Flavio Quiroga




miércoles, 1 de marzo de 2017

Vocación a la Verdadera Penitencia

La penitencia no tiene buena prensa entre nosotros, acaso sea porque se le ha dado una imagen distorsionada.

Lo peor de todo es que no se trata de un elemento optativo dentro de nuestra vocación cristiana y entonces las deformaciones con que es percibida hacen odioso todo el mensaje de la Iglesia.

Generalmente está asociada a un dolorismo mazoquista y voluntarista que obviamente no tiene nada de atractivo... ni sano.

Lo cierto es que Jesús cuando presenta los actos penitenciales fundamentales en el Evangelio de Mateo habla de la recompensa que da el Padre de los Cielos a quienes los practican (Cfr. Mt 6, 1-18).

Todo sacrificio si se erige como fin en sí mismo está condenado al fracaso o es fruto de una deformación emocional. Pero cuando es consecuencia o medio para una finalidad buena y apetecible, no sólo es necesario, sino que en varias oportunidades participa del gozo que esa finalidad promete. Pensemos en quien soporta un trabajo pesado, o en quien enfrenta estudios de nivel superior, o en quien practica un deporte de alto rendimiento. Pensemos en quien se ha puesto una meta a conquistar, en quien tiene un proyecto ambicioso para su vida. Si no están dispuestos a sacrificar cosas no consiguen nada o alcanzan muy poco. Del mismo modo cuando el Señor nos invita a los actos de penitencia como el ayuno, la limosna y la oración lo hace presentándolos como medios para la recompensa del Padre que está en los Cielos.

Esta es la verdadera penitencia, la que pone sus ojos no en el sufrimiento, sino en el Padre de los Cielos que ve en lo secreto y recompensa más que cualquier hombre en la tierra. Es la que abraza la Cruz de Cristo (no cualquier cruz), sabiendo que ella abre a la experiencia gozosa de la Resurrección.

Pero en todo esto tampoco pensemos que el Padre de los Cielos sólo sabe premiar después de la muerte. Jesús habla de las recompensas de Dios, pero sin remitirlas exclusivamente al Cielo que esperamos después de esta vida. Por tanto, muchos de los galardones de nuestro Dios también son para este mundo y los más sabrosos son tal vez aquellos que regala en lo secreto y entre ellos está la propia conversión.

A todo esto, penitencias no son sólo las mortificaciones que hacemos voluntariamente, sino que también lo son las circunstancias fortuitas que nos contrarían de alguna manera. Ellas también pueden vivirse cristianamente, con espíritu penitencial, sabiendo que el Señor sabrá recompensarlas.

No deformemos la penitencia a la que nos llama Jesús y pidámosle a María Santísima, Refugio de los pecadores (esos que buscan siempre la conversión con la penitencia) que podamos ser auténticos penitentes.

P. Flavio Quiroga