sábado, 18 de marzo de 2017

Vocación a Desbordar desde el Vacío

Cuando el Evangelio según San Juan narra el encuentro de Jesús con la Samaritana (4, 1-42) hay un elemento que queda como un detalle anecdótico, casi escenográfico sin ninguna relevancia.  Tras el diálogo tenido con el Señor, interrumpido por el regreso de los discípulos, pero suficiente para que ella lo conociera como el Mesías, el autor señala que la mujer, dejando allí su cántaro, corrió a la ciudad (4, 28) para instar a sus vecinos a ir a conocer al Salvador.

Aparentemente el recipiente habría quedado vacío, pero el texto no lo especifica, pues el diálogo con Jesús pudo haberse disparado tras haberlo llenado ella, o pudo realizar aquella operación mientras charlaban.

Tras la conversación en torno al agua que sacia la sed, la anotación del evangelista no es ociosa, porque Cristo realiza con ella todo un itinerario pedagógico que comienza con el elemento natural para remitirla a realidades espirituales mucho más hondas y sabrosas.

Esta enseñanza secuenciada de Jesús va vaciando a la mujer de todas sus plenitudes, seguridades humanas que de alguna manera la hinchan y saturan constituyendo sus penosas riquezas. Penosas porque se afirman en realidades mundanas que al final dejan el corazón vacío. 

En primer término está su complejo de inferioridad étnica que la llena de resentimiento, recelo y mezquindad: «¡Cómo! ¿Tú, que eres judío, me pides de beber a mí, que soy samaritana? (4,9) En segundo lugar su azarosa y para ella vergonzante vida afectiva, con todas las consecuencias sociales que se puede uno imaginar: has tenido cinco y el que ahora tienes no es tu marido (4,17-18) Esta abundancia de esposos la llena también de mentiras, de las que Jesús muy delicadamente la desenmascara. La tercera acaso sea la más peligrosa, la pretensión de ser dueña de la verdad, con la mirada despectiva hacia los que en teoría están en un error. Esta presunción es muy grave porque se refiere a la verdad más alta del corazón humano, la adoración a Dios: Nuestros padres adoraron en esta montaña, y ustedes dicen que es en Jerusalén donde se debe adorar (4,20) Es de notar que esta superioridad la esgrime contra los judíos, quienes a su vez se creían superiores a los samaritanos.

El Maestro va derrumbando cada una de esas suficiencias con que la mujer se le ha presentado y que aparentemente le daban seguridad, pero en realidad la despojaban de sí misma. En efecto, al final del trayecto Cristo la ha enfrentado con su auténtica realidad y la vacuidad de sus seguridades.

La contrapartida a este vaciamiento es que imperceptiblemente el Señor ha ido colmándola de una auténtica riqueza, tan abundante y fuera de serie que la samaritana no puede menos que, dejando allí su cántaro,  salir corriendo a su ciudad para que los demás conozcan al Mesías ¿Lo deja vacío, lo deja lleno? Lo que importa en realidad es de qué se vació ella y, por el contrario, de qué quedó llena. Y lo cierto es que aquel cántaro (figura de su portadora) no sólo recibe, sino que emana agua y agua viva.

Efectivamente, el Señor le ha  prometido un agua viva capaz de saciar cualquier sed y de convertir a quien la recibe en manantial que brotará  hasta la vida eterna (Jn 4, 14) Esa es la vocación de la samaritana y de la Iglesia, es la vocación de cada bautizado que vive en ella.

Para responder a esta llamada de Jesús es necesario pasar por el camino del vaciamiento por el que transitó aquella mujer. Pero notemos que no es un vacío que conduce a la nada, a una ausencia indeterminada, sino todo lo contrario, conduce a la Plenitud, a Dios mismo que sacia todas nuestras carencias y debilidades con el agua viva del Espíritu Santo. No es tampoco un vacío en el que nos adentramos solos, es Cristo quien nos conduce, pero _repitámoslo una vez más_ no para dejarnos huecos, sino para llenarnos de la presencia divina y de la verdad sobre nosotros mismos. 

Finalmente, este vacío pleno no es para gozarlo en soledad, está abierto a los demás. Así pues, la samaritana, quien se deja vaciar y a la vez llenar por Cristo, no puede menos de procurar que su gente pueda tener la misma experiencia. Porque, contrariamente a lo que algunos piensan, la vocación y la fe cristianas no son intimistas, sino ampliamente sociales. La experiencia vocacional siempre de alguna manera abre al otro, al prójimo; si no lo hace seguramente es falsa.

En fin, ningún cristiano, sacerdote, consagrado/a, laico puede pretender ser fuente de agua viva para el mundo de hoy si no está disponible a que la Palabra de Dios lo vaya vaciando de sus supuestas autosuficiencias, de sus resentimientos, mezquindades, miedos, apegos desordenados, aislamientos y una larga lista de etcéteras. Cada creyente podrá ser un verdadero manantial para su hermano y la sociedad en que vive en la medida que se abra al Espíritu Santo, fuente de agua viva, se vacíe de sus engreimientos petulantes.

Le pidamos a María Santísima, humilde servidora del Señor, poder desbordar el agua viva del Espíritu desde el vacío de nuestros egos.

P. Flavio Quiroga


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