Es llamativo que en los Evangelios, cuando se habla de las tentaciones de Jesús, sean presentadas después de su Bautismo y sobre todo que sea el Espíritu Santo quien lo conduzca al desierto para ser tentado.
Uno esperaría que después del Bautismo se sucediera el relato de la predicación de Cristo, o la elección de los Apóstoles, en definitiva un episodio tranquilo; no una lucha en el desierto. En la versión de San Mateo (4, 1-11) la expresión ser tentado o puesto a prueba también podría entenderse como ser atacado.
Al respecto es interesante pensar que nosotros hemos sido bautizados en Cristo y hemos recibido su mismo Espíritu ¿Habremos de concluir que también somos conducidos por Él para ser puestos a prueba? Tal vez sí.
¿Por qué? Es muy pretencioso responder semejante pregunta. Sin embargo podemos suponer, entre otras cosas, que nos lleva al desierto de nuestra propia mismidad, aquella en la que afloran nuestras debilidades más hondas, porque es precisamente en ese terreno en el que podemos madurar y crecer como personas.
Es en ese lugar también en el que podemos optar por el plan de Dios sobre nuestra vida (vocación) dejando de lado nuestras propias pretensiones o las ambiciones de otros respecto de nosotros. Es en esto en lo que el demonio quiere corrompernos, pues si lo consigue, no solamente estropea el camino de nuestra vida, sino que también entorpece la de aquellos a los que nuestra vocación puede beneficiar y bendecir.
Es un riesgo enorme y sin embargo Dios lo quiere correr. Es claro que lo hace porque la victoria sobre el diablo ya la consiguió Jesús y a nosotros sólo nos queda sumarnos a ella. Pero además porque en el desierto no estamos tan solos como parece.
En efecto, cuando el Evangelio de Mateo narra las tentaciones dice que Jesús fue conducido por el Espíritu al desierto, pero una de las acepciones del verbo conducir en griego (idioma en el que llegó el Nuevo Testamento hasta nosotros) es llevar consigo...El Espíritu Santo lleva consigo a Jesús al desierto, no lo abandona allí, lo acompaña. Es claro, cuando el Espíritu nos enfrenta con nuestra propia debilidad potenciada o aprovechada por nuestro enemigo, no nos deja solos. El Paráclito, el Espíritu está con nosotros.
Por eso no debemos desesperarnos al saber que somos susceptibles de tentación y aunque pasara lo peor, si cediéramos a los engaños del mal cayendo en pecado, aún podríamos recurrir a la Misericordia Divina para ser elevados y puestos en camino nuevamente.
María Santísima en quien se ha verificado la amplia victoria de Jesús sobre el mal, fecundada por el Espíritu para ser Madre del Salvador y de su Iglesia, nos acompañe en el camino de nuestra vida.
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