La penitencia no tiene buena prensa entre nosotros, acaso sea porque se le ha dado una imagen distorsionada.
Lo peor de todo es que no se trata de un elemento optativo dentro de nuestra vocación cristiana y entonces las deformaciones con que es percibida hacen odioso todo el mensaje de la Iglesia.
Generalmente está asociada a un dolorismo mazoquista y voluntarista que obviamente no tiene nada de atractivo... ni sano.
Lo cierto es que Jesús cuando presenta los actos penitenciales fundamentales en el Evangelio de Mateo habla de la recompensa que da el Padre de los Cielos a quienes los practican (Cfr. Mt 6, 1-18).
Todo sacrificio si se erige como fin en sí mismo está condenado al fracaso o es fruto de una deformación emocional. Pero cuando es consecuencia o medio para una finalidad buena y apetecible, no sólo es necesario, sino que en varias oportunidades participa del gozo que esa finalidad promete. Pensemos en quien soporta un trabajo pesado, o en quien enfrenta estudios de nivel superior, o en quien practica un deporte de alto rendimiento. Pensemos en quien se ha puesto una meta a conquistar, en quien tiene un proyecto ambicioso para su vida. Si no están dispuestos a sacrificar cosas no consiguen nada o alcanzan muy poco. Del mismo modo cuando el Señor nos invita a los actos de penitencia como el ayuno, la limosna y la oración lo hace presentándolos como medios para la recompensa del Padre que está en los Cielos.
Esta es la verdadera penitencia, la que pone sus ojos no en el sufrimiento, sino en el Padre de los Cielos que ve en lo secreto y recompensa más que cualquier hombre en la tierra. Es la que abraza la Cruz de Cristo (no cualquier cruz), sabiendo que ella abre a la experiencia gozosa de la Resurrección.
Pero en todo esto tampoco pensemos que el Padre de los Cielos sólo sabe premiar después de la muerte. Jesús habla de las recompensas de Dios, pero sin remitirlas exclusivamente al Cielo que esperamos después de esta vida. Por tanto, muchos de los galardones de nuestro Dios también son para este mundo y los más sabrosos son tal vez aquellos que regala en lo secreto y entre ellos está la propia conversión.
A todo esto, penitencias no son sólo las mortificaciones que hacemos voluntariamente, sino que también lo son las circunstancias fortuitas que nos contrarían de alguna manera. Ellas también pueden vivirse cristianamente, con espíritu penitencial, sabiendo que el Señor sabrá recompensarlas.
No deformemos la penitencia a la que nos llama Jesús y pidámosle a María Santísima, Refugio de los pecadores (esos que buscan siempre la conversión con la penitencia) que podamos ser auténticos penitentes.
P. Flavio Quiroga
No hay comentarios:
Publicar un comentario