lunes, 19 de junio de 2017

Eucaristía y vocación sacerdotal

La razón de ser de un sacerdote es la Eucaristía. Toda su vocación se entiende desde allí. Todo el trabajo que puede realizar en la comunidad cristiana con religiosos y laicos la tiene como fin, modelo y causa.

Incluso cuando el sacerdote se dedicara a la promoción de los pobres, o al arte, o a la educación, o a la ciencia, todo tiene como centro y eje la Eucaristía. Todo se hace para encauzar los corazones humanos a Cristo vivo en el Santísimo Sacramento.

Más todavía, el aporte propio del sacerdote a todo el mundo (incluso a no creyentes), es la Eucaristía. En efecto, sólo en las manos sacerdotales el pan y el vino se transforman en la Persona viva de Cristo. Por eso más allá del carácter, de las habilidades, de las preferencias pastorales1, de su misma pertenencia a una espiritualidad2, un sacerdote jamás puede poner en segundo plano la Eucaristía, ni puede privar de Ella a nadie que la valore y ame como enseña la Iglesia.

Todos los demás sacramentos que el sacerdote celebra, particularmente el de la Confesión, se dirigen a este Sacramento. 

Cualquier cristiano bien interiorizado en la Sagrada Escritura puede hablar con idoneidad y excelencia sobre ella, pero cuando lo hace un sacerdote en la celebración de la Misa, su homilía tiene un carácter sacramental que no puede tener ninguna otra forma de predicación bíblica. Por esta razón,  también la predicación de la Palabra por parte del sacerdote es prioritariamente eucarística

La vida sacerdotal dentro de la comunidad de la Iglesia, con sus luces y sombras, tiene como motor principal su relación con Cristo vivo en la Eucaristía. En Él se encuentra también su modelo, porque todo el trabajo que el cura realiza con la gente debe ser llevado a cabo al estilo de Jesús, que se entrega por entero a todos, con una particular preocupación por los pecadores y los más necesitados.

Es la Eucaristía la que le da fuerza y belleza a toda la vida sacerdotal, todos los sacrificios y sinsabores que se puedan encontrar en el camino pueden ser subsanados siempre con el sabor de este Sacramento.

Dios quiere recurrir y necesitar de un hombre lleno de limitaciones, como todos sus hermanos, para hacerse presente en medio del Pueblo peregrino. Ojalá sean muchos los que descubran en su corazón esta vocación y sean generosos para responder afirmativamente.


Pidamos a Cristo presente en esta Hostia por sus sacerdotes y por aquellos que Él quiera llamar a vivir en esta vocación, para que nunca le falte al Pueblo de Dios el alimento que le hace caminar sobre la tierra hasta llegar al Cielo.

María Santísima, Madre del Verbo hecho carne, con su intercesión y ternura ruegue por aquellos que están llamados especialmente a hacerlo Pan de vida en la mesa del altar.


1. Por preferencias pastorales entendemos aquellas actividades que un sacerdote prioriza sobre otras también pastorales. Por ejemplo a algunos de ellos trabajan más la catequesis, otros la liturgia, otros la promoción social, otros los jóvenes, etc...

2. Por pertenencia a una espiritualidad nos referimos a aquellas identificaciones legítimas que un sacerdote puede tener respecto de determinados grupos, por ejemplo la pertenencia a una Orden, Congregación, Movimiento, Sociedad Apostólica, etc...

Eucaristía y vocación relgiosa

¿Qué es la vida religiosa consagrada? Es dar una respuesta concreta a Dios Padre que nos llama y alienta a trabajar por su Reino: “La mies es mucha, los operarios pocos…” Ya Juan Pablo II nos decía en la Exhortación sobre la Vida Consagrada: “Los consagrados tienen una especial participación en esa su misión guiados por el Espíritu Santo al Pueblo de Dios.

Esta vocación se concreta en un seguimiento muy cercano a Jesús viviendo los concejos evangélicos de pobreza, castidad y obediencia; también formando parte y conviviendo en una fraternidad especial que es la comunidad o la familia religiosa. En ella se consideran y se tratan como verdaderos hermanos, razón por la cual generalmente solemos llamarlos con ese título: hermano/a.

Las familias consagradas han sido fundadas por personas en alguna época de la historia de la Iglesia, tienen siempre una serie de prácticas y apostolados que les son característicos y muchas tienen hasta una forma de vestirse con algún hábito que los distingue, como así también las casas en las que residen juntos.

El Espíritu Santo ha suscitado estas diversas familias religiosas que nacen como respuestas a las múltiples carencias de la humanidad. Desde la necesidad monacal de una oración profunda y constante de monjes o monjas, pasando por las Ordenes y Congregaciones, dedicadas a la predicación, a la enseñanza, a la atención de los pobres, los enfermos, los minusválidos, hasta llegar a los nuevos y recientes Institutos Religiosos de la actualidad.

Todas las familias de religiosos consagrados fueron motivados por el dolor, las injusticias y
las carencias de la humanidad, pero también han encontrado su razón de ser y el apoyo para sus muchas actividades en la Eucaristía. Porque sin Cristo vivo, adorado en el Pan Consagrado y recibido en la Comunión, escuchado en su Palabra como centro de apostolado, cualquier comunidad religiosa termina desvirtuándose y deja de anunciar con su estilo de vida el Reino de Dios hacia el que toda la humanidad puede encaminarse.

También se considera como vocación religiosa la de los ermitaños que se consagran, para vivir en absoluta soledad dedicados principalmente a la oración, la penitencia y la alabanza a Dios.


Hoy le pedimos a Jesús Sacramentado por todos los consagrados y por aquellos que están llamados a vivir esta forma de vida, especialmente por los que están en nuestra prelatura, para que el Espíritu Santo los ilumine y que en la fe, esperanza y caridad, siguiendo sus huellas, abracen a Jesús como Camino, Verdad y Vida.

viernes, 16 de junio de 2017

Eucaristía y laicos consagrados

Estos bautizados se consagran a Dios y a sus hermanos por medio de votos o promesas, sin dejar de ser laicos y sin formar familia. 

A través de sus promesas o votos, realizan la total entrega de su vida al Señor para construir el Reino de Dios en medio del mundo o ambiente que les toca vivir, sin hacerse religiosos, ni vestir ninguna forma de hábitos o uniformes. Sus votos que son de pobreza, castidad y obediencia, también los llevan a vivir en servicio, solidaridad y entrega a los pobres, enfermos y necesitados en su pueblo.

Generalmente forman parte de grupos llamados Institutos Seculares, ya que se trata de asociaciones formadas por laicos, no por religiosos (de estos hablaremos en un próximo artículo). Los laicos consagrados pueden agruparse en comunidades o no: pueden vivir en su familia de origen o en otra, pero a raíz de sus votos, no pueden fundar un hogar con otra persona y tener hijos con ella.

Muchas Ordenes, Congregaciones e Institutos,  principalmente creados para formar comunidades religiosas, tienen instancias para que haya quienes, sin dejar de ser laicos en el mundo, adhieran a su espiritualidad. Son como una ampliación de su carisma inicialmente religioso que llega a alcanzar no sólo a laicos que se consagran, sino también a laicos casados.

A este tipo  de consagración laical se suma el del Orden de las Vírgenes, que fue una de las primeras formas de consagración de cristianas en la Iglesia y fue restaurado recientemente por el Concilio Vaticano II. Si bien es cierto no hacen los votos de pobreza, castidad y obediencia, realizan una donación total de sí mismas a Cristo, mediante un desposorio místico con él.

Los laicos consagrados trabajan en la misión de extender su amor a todas las personas en los ambientes donde se desempeñan: oficinas, escuelas, hogares y en cualquier otra forma de trabajo digno dentro de la sociedad, expandiendo su amor, su servicio, su contención, sin formar pareja, ni casarse.

Sus manos impulsadas por el Espíritu Santo se infiltran en la sociedad civil para construirla según la verdad del Evangelio y de la Santa Iglesia, de manera que el Reino de Dios se vaya haciendo presente desde dentro de las estructuras y realidades humanas que no son necesariamente religiosas.

Para ellos, que viven en medio del mundo común y corriente, consagrándose con sus votos o promesas exclusivamente al Señor, la Eucaristía es su alimento y sostenimiento indispensable. Sin nutrirrse de Ella en la comunión, la oración de adoración y escucha de la Palabra, les sería imposible ser fieles a su vocación en ambientes en los cuales no siempre es bien vista la fe o el compromiso de vida crisitiana.

Muchos jóvenes pueden estar siendo llamados a vivir de esta manera. Sepan que Jesús está a la puerta de su corazón y los espera, hasta que decidan. Necesita de sus manos, de sus pies, de su disponibilidad para realizar la tarea  que el Señor les pide en medio de las realidades cotidianas, compartiendo en muchas cosas las angustias y necesidades de todos, llevándoles un testimonio de vida fundada en el Señor que nunca se desentiende de los hombres y mujeres sufrientes, de sus anhelos legítimos y sus proyectos de bien.


Pidamos a Jesús, presente en este Augusto Sacramento la gracia de escucharlo y cumplir su voluntad. 

jueves, 15 de junio de 2017

Eucaristía y vocación matrimonial

La mayoría de los bautizados forman familias, basadas en  la pareja que se bendice en el Sacramento del Matrimonio.

El amor llamado a consagrarse en el Sacramento del Matrimonio, supera el puro romanticismo que pasa y se agota en momentos lindos. No es un entretenimiento corporal, un juego para buscar sólo el placer que con el tiempo trae la monotonía y con ella el final del romance.

El amor matrimonial supera el enamoramiento que se encarna en el lógico atractivo que sienten un varón y una mujer. El enamoramiento es un sentimiento cargado de emociones, una etapa del amor verdadero que acerca a la pareja para que ambos se conozcan, se valoren mutuamente y así se propongan posibilidades de iniciar juntos un camino para compartir la vida. Entre el enamoramiento y el amor hay todo un camino en el que se requiere tiempo para madurar y llegar al amor auténtico.

El amor matrimonial se alimenta del enamoramiento y el romance, pero pasa por encima de ellos cuando se convierte en una decisión libre de mutua entrega para hacer feliz al otro con una total y plena disposición al servicio constante, llegando si es necesario a la negación de sí mismo, sin usar al otro para el propio provecho, ni negarle aspiraciones dentro de lo que es la familia, como el estudio, la profesionalización, el trabajo digno. Por eso el amor matrimonial es fecundidad abierta a dar la vida no sólo a los hijos, sino también a la propia pareja, ayudándole a realizarse como persona, no anulándola, sino propiciando su madurez humana, superando egoísmos y defectos personales.

Es también fecundidad que procura la felicidad al punto de irradiarla en los vecinos, en el barrio, el Pueblo, la parroquia.

El amor matrimonial es la promesa realizada ante el Señor por parte de los esposos, pero que no termina con la ceremonia, sino que se renueva cada día a pesar de las tentaciones y los ambientes que incitan a destruir su consagración.

Es una escuela de perdón en la que no hay vacaciones. Escuela permanentemente abierta al diálogo respetuoso, sincero, generoso. Diálogo superador de temores, resentimientos, ofensas; constructor de esperanzas renovadas.


Sería hermoso que, delante del Santísimo Sacramento, nos cuestionáramos si estamos llamados a vivir la vocación matrimonial. Incluso aquellas parejas que  ya conviven, debieran preguntarse esto. Preguntarnos también si, como padres, acompañamos y orientamos la fe y la vocación de los hijos, sobre todo en la catequesis familiar.

Sería hermoso que cada hogar nuestro vaya haciéndose eucarístico. Que procuremos aprender a vivir del Pan de Vida acercándonos a la Misa de los Domingos en primer lugar, procurando después la comunión, la escucha de la Palabra que alimenta las decisiones familiares e individuales, adorándolo presente en la Hostia y sirviéndolo presente en el prójimo.

María y José que hicieron de Jesús el centro y eje de su casa nos ayuden a lograrlo cada vez más.