Estos bautizados se
consagran a Dios y a sus hermanos por medio de votos o promesas, sin dejar de
ser laicos y sin formar familia.
A través de sus promesas o votos, realizan la
total entrega de su vida al Señor para construir el Reino de Dios en medio del
mundo o ambiente que les toca vivir, sin hacerse religiosos, ni vestir
ninguna forma de hábitos o uniformes. Sus votos que son de pobreza, castidad y
obediencia, también los llevan a vivir en servicio, solidaridad y entrega a los
pobres, enfermos y necesitados en su pueblo.
Generalmente forman parte de grupos llamados Institutos Seculares, ya que se trata de asociaciones formadas por laicos, no por religiosos (de estos hablaremos en un próximo artículo). Los laicos consagrados pueden agruparse en comunidades o no: pueden vivir en su familia de origen o en otra, pero a raíz de sus votos, no pueden fundar un hogar con otra persona y tener hijos con ella.
Muchas Ordenes, Congregaciones e Institutos, principalmente creados para formar comunidades religiosas, tienen instancias para que haya quienes, sin dejar de ser laicos en el mundo, adhieran a su espiritualidad. Son como una ampliación de su carisma inicialmente religioso que llega a alcanzar no sólo a laicos que se consagran, sino también a laicos casados.
A este tipo de consagración laical se suma el del Orden de las Vírgenes, que fue una de las primeras formas de consagración de cristianas en la Iglesia y fue restaurado recientemente por el Concilio Vaticano II. Si bien es cierto no hacen los votos de pobreza, castidad y obediencia, realizan una donación total de sí mismas a Cristo, mediante un desposorio místico con él.
A este tipo de consagración laical se suma el del Orden de las Vírgenes, que fue una de las primeras formas de consagración de cristianas en la Iglesia y fue restaurado recientemente por el Concilio Vaticano II. Si bien es cierto no hacen los votos de pobreza, castidad y obediencia, realizan una donación total de sí mismas a Cristo, mediante un desposorio místico con él.
Los laicos consagrados trabajan en la misión de extender su amor a todas las personas
en los ambientes donde se desempeñan: oficinas, escuelas, hogares y en
cualquier otra forma de trabajo digno dentro de la sociedad, expandiendo su amor,
su servicio, su contención, sin formar pareja, ni casarse.
Sus manos impulsadas por
el Espíritu Santo se infiltran en la sociedad civil para construirla según la
verdad del Evangelio y de la Santa Iglesia, de manera que el Reino de Dios se
vaya haciendo presente desde dentro de las estructuras y realidades humanas que
no son necesariamente religiosas.
Para ellos, que viven en
medio del mundo común y corriente, consagrándose con sus votos o promesas exclusivamente al
Señor, la Eucaristía es su alimento y sostenimiento indispensable. Sin nutrirrse
de Ella en la comunión, la oración de adoración y escucha de la Palabra, les
sería imposible ser fieles a su vocación en ambientes en los cuales no siempre
es bien vista la fe o el compromiso de vida crisitiana.
Muchos jóvenes pueden
estar siendo llamados a vivir de esta manera. Sepan que Jesús está a la puerta
de su corazón y los espera, hasta que decidan. Necesita de sus manos,
de sus pies, de su disponibilidad para realizar la tarea que el Señor les pide en medio de las
realidades cotidianas, compartiendo en muchas cosas las angustias y necesidades
de todos, llevándoles un testimonio de vida fundada en el Señor que nunca se
desentiende de los hombres y mujeres sufrientes, de sus anhelos legítimos y sus
proyectos de bien.
Pidamos a Jesús, presente
en este Augusto Sacramento la gracia de escucharlo y cumplir su voluntad.
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