domingo, 30 de julio de 2017

Vocación al Aprecio, al Desprecio y al Precio

Existen dos parábolas del Reino de los Cielos en el Evangelio de Mateo que tienen que ver con la percepción de la vocación entendida no sólo como un llamado de parte de Dios a nosotros, sino también como el sentido de la propia vida (Mt 13,44-46).

El sentido de la vida es aquello que la direcciona de tal manera que es capaz de hacernos abandonar todo con tal de no perderlo. Nada tiene más valor que ese sentido, esa tarea que hemos descubierto, nuestra misión.

Las parábolas a las que nos referimos son las del tesoro y la de la perla de gran valor. En ambas Jesús señala que la consecuencia inmediata de quien se encuentra con uno y con otra es vender todo lo que se tiene.

El tesoro encontrado por casualidad en un campo o la perla de gran valor hallada por un comerciante de las mismas, constituyen para los personajes de las parábolas un hecho tan significativo y fuerte que inmediatamente ocupan el centro de sus vidas. Es el quid de su existir, por eso no importa perderlo todo con tal de ganar aquello.

Dicho de otra forma, ya nada tiene el valor que tenía antes… porque esto que encontré no tiene parangón. Eso es lo que nos pasa cuando encontramos nuestra vocación, el por qué de nuestra vida.

Este hallazgo que tiene todo nuestro aprecio, hace que todo lo demás sea objeto de desprecio, pero este desprecio no es necesariamente negativo. Sí, en realidad no se trata de minusvalorar las cosas, sino de descubrir cuál es su verdadera importancia, cuál es su auténtico precio.

En estas dos parábolas el Señor nos propone el Reino de los Cielos como aquello que dé sentido a nuestras personas. Aquello a partir de lo cual todo tenga su verdadero valor.

Encontrar aquí en la tierra el Reino de los Cielos y la posibilidad de disfrutarlo en su plenitud en la eternidad se presenta a cada cristiano como el cometido de la vida. Esa es nuestra vocación común, la que compartimos entre todos.

La manera en que Dios nos pide que la concreticemos es diferente en cada caso. Unos son llamados a participar en el Reino compartiendo la vida familiar en el matrimonio, otros en una especialísima y absoluta consagración al Señor y otros en el ejercicio del servicio sacerdotal.


Como sea, es el Reino de Dios y no otros intereses los que nos deben llevar a vivir alguno de estos estados de vida, pues sin el deseo de entrar en ese Reino, cualquier vocación carece de sabor y alegría.


Roguemos a María Santísima que hizo del Reino de los Cielos el porqué y el éxito de todo tarea, desde la más humilde hasta la más llamativa, que encontremos en ese mismo Reino, el eje de nuestro vivir y hasta de nuestro morir.

P Flavio Quiroga

lunes, 19 de junio de 2017

Eucaristía y vocación sacerdotal

La razón de ser de un sacerdote es la Eucaristía. Toda su vocación se entiende desde allí. Todo el trabajo que puede realizar en la comunidad cristiana con religiosos y laicos la tiene como fin, modelo y causa.

Incluso cuando el sacerdote se dedicara a la promoción de los pobres, o al arte, o a la educación, o a la ciencia, todo tiene como centro y eje la Eucaristía. Todo se hace para encauzar los corazones humanos a Cristo vivo en el Santísimo Sacramento.

Más todavía, el aporte propio del sacerdote a todo el mundo (incluso a no creyentes), es la Eucaristía. En efecto, sólo en las manos sacerdotales el pan y el vino se transforman en la Persona viva de Cristo. Por eso más allá del carácter, de las habilidades, de las preferencias pastorales1, de su misma pertenencia a una espiritualidad2, un sacerdote jamás puede poner en segundo plano la Eucaristía, ni puede privar de Ella a nadie que la valore y ame como enseña la Iglesia.

Todos los demás sacramentos que el sacerdote celebra, particularmente el de la Confesión, se dirigen a este Sacramento. 

Cualquier cristiano bien interiorizado en la Sagrada Escritura puede hablar con idoneidad y excelencia sobre ella, pero cuando lo hace un sacerdote en la celebración de la Misa, su homilía tiene un carácter sacramental que no puede tener ninguna otra forma de predicación bíblica. Por esta razón,  también la predicación de la Palabra por parte del sacerdote es prioritariamente eucarística

La vida sacerdotal dentro de la comunidad de la Iglesia, con sus luces y sombras, tiene como motor principal su relación con Cristo vivo en la Eucaristía. En Él se encuentra también su modelo, porque todo el trabajo que el cura realiza con la gente debe ser llevado a cabo al estilo de Jesús, que se entrega por entero a todos, con una particular preocupación por los pecadores y los más necesitados.

Es la Eucaristía la que le da fuerza y belleza a toda la vida sacerdotal, todos los sacrificios y sinsabores que se puedan encontrar en el camino pueden ser subsanados siempre con el sabor de este Sacramento.

Dios quiere recurrir y necesitar de un hombre lleno de limitaciones, como todos sus hermanos, para hacerse presente en medio del Pueblo peregrino. Ojalá sean muchos los que descubran en su corazón esta vocación y sean generosos para responder afirmativamente.


Pidamos a Cristo presente en esta Hostia por sus sacerdotes y por aquellos que Él quiera llamar a vivir en esta vocación, para que nunca le falte al Pueblo de Dios el alimento que le hace caminar sobre la tierra hasta llegar al Cielo.

María Santísima, Madre del Verbo hecho carne, con su intercesión y ternura ruegue por aquellos que están llamados especialmente a hacerlo Pan de vida en la mesa del altar.


1. Por preferencias pastorales entendemos aquellas actividades que un sacerdote prioriza sobre otras también pastorales. Por ejemplo a algunos de ellos trabajan más la catequesis, otros la liturgia, otros la promoción social, otros los jóvenes, etc...

2. Por pertenencia a una espiritualidad nos referimos a aquellas identificaciones legítimas que un sacerdote puede tener respecto de determinados grupos, por ejemplo la pertenencia a una Orden, Congregación, Movimiento, Sociedad Apostólica, etc...

Eucaristía y vocación relgiosa

¿Qué es la vida religiosa consagrada? Es dar una respuesta concreta a Dios Padre que nos llama y alienta a trabajar por su Reino: “La mies es mucha, los operarios pocos…” Ya Juan Pablo II nos decía en la Exhortación sobre la Vida Consagrada: “Los consagrados tienen una especial participación en esa su misión guiados por el Espíritu Santo al Pueblo de Dios.

Esta vocación se concreta en un seguimiento muy cercano a Jesús viviendo los concejos evangélicos de pobreza, castidad y obediencia; también formando parte y conviviendo en una fraternidad especial que es la comunidad o la familia religiosa. En ella se consideran y se tratan como verdaderos hermanos, razón por la cual generalmente solemos llamarlos con ese título: hermano/a.

Las familias consagradas han sido fundadas por personas en alguna época de la historia de la Iglesia, tienen siempre una serie de prácticas y apostolados que les son característicos y muchas tienen hasta una forma de vestirse con algún hábito que los distingue, como así también las casas en las que residen juntos.

El Espíritu Santo ha suscitado estas diversas familias religiosas que nacen como respuestas a las múltiples carencias de la humanidad. Desde la necesidad monacal de una oración profunda y constante de monjes o monjas, pasando por las Ordenes y Congregaciones, dedicadas a la predicación, a la enseñanza, a la atención de los pobres, los enfermos, los minusválidos, hasta llegar a los nuevos y recientes Institutos Religiosos de la actualidad.

Todas las familias de religiosos consagrados fueron motivados por el dolor, las injusticias y
las carencias de la humanidad, pero también han encontrado su razón de ser y el apoyo para sus muchas actividades en la Eucaristía. Porque sin Cristo vivo, adorado en el Pan Consagrado y recibido en la Comunión, escuchado en su Palabra como centro de apostolado, cualquier comunidad religiosa termina desvirtuándose y deja de anunciar con su estilo de vida el Reino de Dios hacia el que toda la humanidad puede encaminarse.

También se considera como vocación religiosa la de los ermitaños que se consagran, para vivir en absoluta soledad dedicados principalmente a la oración, la penitencia y la alabanza a Dios.


Hoy le pedimos a Jesús Sacramentado por todos los consagrados y por aquellos que están llamados a vivir esta forma de vida, especialmente por los que están en nuestra prelatura, para que el Espíritu Santo los ilumine y que en la fe, esperanza y caridad, siguiendo sus huellas, abracen a Jesús como Camino, Verdad y Vida.

viernes, 16 de junio de 2017

Eucaristía y laicos consagrados

Estos bautizados se consagran a Dios y a sus hermanos por medio de votos o promesas, sin dejar de ser laicos y sin formar familia. 

A través de sus promesas o votos, realizan la total entrega de su vida al Señor para construir el Reino de Dios en medio del mundo o ambiente que les toca vivir, sin hacerse religiosos, ni vestir ninguna forma de hábitos o uniformes. Sus votos que son de pobreza, castidad y obediencia, también los llevan a vivir en servicio, solidaridad y entrega a los pobres, enfermos y necesitados en su pueblo.

Generalmente forman parte de grupos llamados Institutos Seculares, ya que se trata de asociaciones formadas por laicos, no por religiosos (de estos hablaremos en un próximo artículo). Los laicos consagrados pueden agruparse en comunidades o no: pueden vivir en su familia de origen o en otra, pero a raíz de sus votos, no pueden fundar un hogar con otra persona y tener hijos con ella.

Muchas Ordenes, Congregaciones e Institutos,  principalmente creados para formar comunidades religiosas, tienen instancias para que haya quienes, sin dejar de ser laicos en el mundo, adhieran a su espiritualidad. Son como una ampliación de su carisma inicialmente religioso que llega a alcanzar no sólo a laicos que se consagran, sino también a laicos casados.

A este tipo  de consagración laical se suma el del Orden de las Vírgenes, que fue una de las primeras formas de consagración de cristianas en la Iglesia y fue restaurado recientemente por el Concilio Vaticano II. Si bien es cierto no hacen los votos de pobreza, castidad y obediencia, realizan una donación total de sí mismas a Cristo, mediante un desposorio místico con él.

Los laicos consagrados trabajan en la misión de extender su amor a todas las personas en los ambientes donde se desempeñan: oficinas, escuelas, hogares y en cualquier otra forma de trabajo digno dentro de la sociedad, expandiendo su amor, su servicio, su contención, sin formar pareja, ni casarse.

Sus manos impulsadas por el Espíritu Santo se infiltran en la sociedad civil para construirla según la verdad del Evangelio y de la Santa Iglesia, de manera que el Reino de Dios se vaya haciendo presente desde dentro de las estructuras y realidades humanas que no son necesariamente religiosas.

Para ellos, que viven en medio del mundo común y corriente, consagrándose con sus votos o promesas exclusivamente al Señor, la Eucaristía es su alimento y sostenimiento indispensable. Sin nutrirrse de Ella en la comunión, la oración de adoración y escucha de la Palabra, les sería imposible ser fieles a su vocación en ambientes en los cuales no siempre es bien vista la fe o el compromiso de vida crisitiana.

Muchos jóvenes pueden estar siendo llamados a vivir de esta manera. Sepan que Jesús está a la puerta de su corazón y los espera, hasta que decidan. Necesita de sus manos, de sus pies, de su disponibilidad para realizar la tarea  que el Señor les pide en medio de las realidades cotidianas, compartiendo en muchas cosas las angustias y necesidades de todos, llevándoles un testimonio de vida fundada en el Señor que nunca se desentiende de los hombres y mujeres sufrientes, de sus anhelos legítimos y sus proyectos de bien.


Pidamos a Jesús, presente en este Augusto Sacramento la gracia de escucharlo y cumplir su voluntad. 

jueves, 15 de junio de 2017

Eucaristía y vocación matrimonial

La mayoría de los bautizados forman familias, basadas en  la pareja que se bendice en el Sacramento del Matrimonio.

El amor llamado a consagrarse en el Sacramento del Matrimonio, supera el puro romanticismo que pasa y se agota en momentos lindos. No es un entretenimiento corporal, un juego para buscar sólo el placer que con el tiempo trae la monotonía y con ella el final del romance.

El amor matrimonial supera el enamoramiento que se encarna en el lógico atractivo que sienten un varón y una mujer. El enamoramiento es un sentimiento cargado de emociones, una etapa del amor verdadero que acerca a la pareja para que ambos se conozcan, se valoren mutuamente y así se propongan posibilidades de iniciar juntos un camino para compartir la vida. Entre el enamoramiento y el amor hay todo un camino en el que se requiere tiempo para madurar y llegar al amor auténtico.

El amor matrimonial se alimenta del enamoramiento y el romance, pero pasa por encima de ellos cuando se convierte en una decisión libre de mutua entrega para hacer feliz al otro con una total y plena disposición al servicio constante, llegando si es necesario a la negación de sí mismo, sin usar al otro para el propio provecho, ni negarle aspiraciones dentro de lo que es la familia, como el estudio, la profesionalización, el trabajo digno. Por eso el amor matrimonial es fecundidad abierta a dar la vida no sólo a los hijos, sino también a la propia pareja, ayudándole a realizarse como persona, no anulándola, sino propiciando su madurez humana, superando egoísmos y defectos personales.

Es también fecundidad que procura la felicidad al punto de irradiarla en los vecinos, en el barrio, el Pueblo, la parroquia.

El amor matrimonial es la promesa realizada ante el Señor por parte de los esposos, pero que no termina con la ceremonia, sino que se renueva cada día a pesar de las tentaciones y los ambientes que incitan a destruir su consagración.

Es una escuela de perdón en la que no hay vacaciones. Escuela permanentemente abierta al diálogo respetuoso, sincero, generoso. Diálogo superador de temores, resentimientos, ofensas; constructor de esperanzas renovadas.


Sería hermoso que, delante del Santísimo Sacramento, nos cuestionáramos si estamos llamados a vivir la vocación matrimonial. Incluso aquellas parejas que  ya conviven, debieran preguntarse esto. Preguntarnos también si, como padres, acompañamos y orientamos la fe y la vocación de los hijos, sobre todo en la catequesis familiar.

Sería hermoso que cada hogar nuestro vaya haciéndose eucarístico. Que procuremos aprender a vivir del Pan de Vida acercándonos a la Misa de los Domingos en primer lugar, procurando después la comunión, la escucha de la Palabra que alimenta las decisiones familiares e individuales, adorándolo presente en la Hostia y sirviéndolo presente en el prójimo.

María y José que hicieron de Jesús el centro y eje de su casa nos ayuden a lograrlo cada vez más.

domingo, 28 de mayo de 2017

Vocación a ser "católicos"

El final del Evangelio de Mateo consigna la gran misión que Cristo deja a su Iglesia. Vayan, entonces, y hagan que todos los pueblos sean mis discípulos (28,19)

Esta envío al mundo entero es el que brinda al Nuevo Pueblo de Dios su catolicidad. Por ella se entiende la totalidad de las culturas humanas. La Iglesia de Cristo está dirigida a todas ellas y en consecuencia tiene la capacidad de cobijarlas a todas en su interior.

Cada cultura y cada generación al  recibir el mensaje de Jesús crece descubriendo horizontes más altos y nuevos para interpretar la historia, el mundo y la vida humana. Por otro lado cada una, al incorporarse a la Iglesia, la enriquece con formas originales de captar la verdad que Dios revela en Cristo y con nuevas maneras de expresar la fe.

Como fuere, el mandato de Jesús a dirigirse a todos los pueblos conlleva un corazón generoso y una mentalidad abierta que impide elitismos y sectarismos. Con esta misión universal el Señor quiere liberar a la Iglesia de caer en lo que, más tarde o más temprano, caen las culturas terrenas: dividir a la humanidad en propios (los nuestros) y ajenos (los otros), con todas las consecuencias que esto acarrea y que, a la larga o a la corta, se equipara a separar en buenos (nosotros) y malos (los demás).

Jesús nos llama a vivir nuestra fe en la catolicidad que Él mismo dio a su mensaje, derribando muros separatistas que incuban en el fondo mentalidades fundamentalistas, incapaces de dialogar y aceptar al diferente.

Los consagrados, sacerdotes y laicos, debemos aprender a descubrir esta misión católica, haciendo comprensible el Evangelio a bastos sectores humanos, haciendo también expresivo el mismo anuncio, asumiendo y direccionando hacia Cristo los incontables y profundos elementos culturales que los diversos grupos forjan a lo largo del tiempo.

Estamos llamados a vivir en nuestro pequeño mundo un espíritu católico, abierto a la totalidad de la gente que comparte el día a día con nosotros, para llevar a ese universo diverso y plural el mensaje del Evangelio de Jesús. Con él no anulamos su diversidad, al contrario le mostramos un horizonte distinto, capaz de reunir (dar unidad; no uniformidad) a todos los que se dejan enseñar por el Maestro,  por distintos que sean  entre sí.

María, Virgen y Madre de Cristo y de la diversidad de pueblos creyentes en Él, nos acompañe e interceda por nosotros a fin de que no caigamos en grupismos, sino que, con el corazón abierto y una sonrisa amplia,
salgamos a atraer a todos hacia el Único Corazón de Cristo en su Iglesia.


P. Flavio Quiroga

sábado, 20 de mayo de 2017

Vocación a llevar felicidad. El testimonio de San Felipe.

El Libro de los Hechos de los Apóstoles habla de la figura de Felipe, que pasa casi desapercibida, acaso por que un tocayo suyo formaba parte de los Doce Apóstoles, elegidos personalmente por Jesús (Mt 10,1-4;Mc 3, 13-19; Lc 6,12-16). El Felipe del que queremos hablar es uno de aquellos primeros diáconos de la Iglesia (Hech 6, 5-6).

El caso es que desde que recibe la imposición de las manos por parte de los Apóstoles, las escasas veces que es mencionado está asociado con la alegría. 

Es interesante prestarle un poco de atención porque la felicidad que lleva pegada a su persona tiene que ver con su vocación. Además esta vocación suya no aparece como fruto de su iniciativa particular, sino que es fruto de la necesidad de la comunidad. Dicho de otra forma, no es él quien se da a sí mismo una misión, sino que la recibe de los otros.

Después de su elección para el servicio a las mesas, Felipe aparece predicando en una ciudad de Samaría a la que con su testimonio y curaciones le da una gran alegría (Cfr. Hech 8, 8) Posteriormente catequiza a un etíope en el camino, el cual tras el encuentro y tras ser bautizado, sigue lleno de gozo (Cfr. Hech 8, 39)

La vocación de este cristiano de la primera comunidad parece haber sido alegrar a la gente y esto ya nos da mucho para pensar, rezar y evaluar en nuestra vida de cristianos del Siglo XXI.

Algunos datos que al respecto pueden ayudarnos pueden ser los siguientes.

En primer lugar la alegría que lleva a los demás es fruto del anuncio del Evangelio. No se trata de un optimismo meramente humano, basado en proyecciones promisorias del futuro. No es tampoco un estado de ánimo producido a partir de técnicas rebuscadas o sustancias exóticas y mucho menos fruto de morisquetas o payasadas. La Palabra es la que aporta la felicidad que transmite al resto. Palabra que anuncia al Cristo redentor en la Cruz (Cfr. Hech 8, 5. 29-35) y en consecuencia capaz de sanar y hasta de liberar de espíritus impuros (Cfr. Hech 8,7).

Otro elemento a tener en cuenta es el que menciona Lucas al hablar de su elección: formaba parte de aquel grupo de siete hombres de buena fama, llenos del Espíritu Santo y de sabiduría (Hech 6, 3). Más adelante el Libro de los Hechos llega a decir que el Espíritu del Señor arrebató a Felipe (8,38). La acción del Espíritu y la obediencia a Él son un factor decisivo para transmitir la alegría del Evangelio.

A demás es notoria su  referencia a la Iglesia. Ya dijimos que la vocación de Felipe se origina en la elección de la comunidad, pero no se agota ahí. Dicha designación es corroborada y hasta consagrada por la imposición de manos de los Apóstoles. Las dos instancias se dan en perfecta armonía en la misión de aquel diácono. Por otra parte, después que predicara  y bautizara en Samaría, vuelven a aparecer los Apóstoles, enviados por la comunidad que confirman su acción misionera en aquel lugar (Hech 8, 14-17).

Un último aspecto a tener en cuenta es que Felipe sirve a las mesas, pero se trata de las mesas de las viudas (Hech 6,1) que normalmente en aquella época eran las más desfavorecidas económicamente. De manera que la alegría que derrama continuamente este hombre brota del servicio desinteresado a los más vulnerables de la comunidad.

Hermoso testimonio el de Felipe que viviendo su vocación en la gran hermandad de los discípulos de Jesús, guiados y enseñados por el Espíritu Santo, derraman la alegría del Evangelio por donde pasan. 

Ojalá la intercesión de la Virgen María, causa de nuestra alegría nos otorgue el Don de poder vivir así también nosotros.

sábado, 29 de abril de 2017

Nuestra vocación, siempre renovable

Para el Evangelio de Lucas la primera aparición de Cristo Resucitado se produce en el  camino de Emaús (24, 11-33). Dos discípulos abandonan Jerusalén y dejan tras de sí una comunidad de amigos y el proyecto de vida propuesto por Jesús, dirigiéndose hacia esa aldea.

Acaso su problema, además de la trágica desaparición del Maestro, consistía en que no habían comprendido la necesidad del sufrimiento en el plan del Señor (Cfr. Lc 24,26) Querían un Mesías triunfador, no uno resucitado de entre los muertos. La diferencia entre ambos modelos estriba en que uno debe padecer y el otro no. Uno salva y el otro solamente soluciona los problemas temporales de la vida, pero no la vida entera.Uno redime y el otro no... Uno cumple la voluntad el Padre, el otro la traiciona.

Nosotros, como aquellos discípulos de Emaús hemos sido llamados de alguna forma por el Señor. De alguna manera lo seguimos, aunque algunos lo hagamos desde lejos. La cuestión es qué expectativas tenemos respecto del Maestro, o de la fe que Él predica, o de la comunidad de creyentes que es su Iglesia.

Porque de eso depende nuestra cercanía y permanencia en cada una de estas instancias...

No hace mucho supe de un hombre que decía que la Iglesia no contenía a la gente, por eso muchos se iban no sólo a otras formas de cristianismo, sino incluso a otras religiones o concepciones filosóficas que no condicen del todo con el mensaje de Jesús.

¿Qué se entiende por contener a la gente?¿Predicar un Cristo que llega a la Gloria sin pasar por el Gólgota? ¿Hablar de un Jesús "útil" para solucionar problemas económicos o de salud, sin que llegue a plantear los grandes cuestionamientos de la vida, ni proponga cambios en la orientación moral de las personas; que no pida conversión?

Si la Iglesia quiere ser fiel a su Maestro, resucitado después de tres días de muerte real en una tumba, no puede hacer eso. Aunque se vayan muchos.

Pero es interesante mirar a Cristo que, ante la fuga de estos discípulos que no se sintieron contenidos por la comunidad y estaban defraudados por su mensaje y su misma persona, Él no los abandona. En su deserción, Jesús les sale al encuentro en el camino. Podríamos decir que va a buscarlos.

Jesús va a renovarles el llamado a seguirlo, para que re-asuman el estilo de vida basado en el amor y no en el poder, las intrigas, los intereses mezquinos y un largo etcétera. Lejos de abandonarlos en sus extravíos se les acerca, los interroga, los escucha, les enseña, los anima (les hace arder el corazón) y les parte el pan en su casa.

Es hermoso sabernos convocados por un Maestro así, que nunca pierde su ilusión y su esperanza en nosotros. Que nos llama incluso cuando hemos decidido desertar y cuando lo hace nos abre los ojos para que nuestro seguimiento sea más genuino.

Ojalá podamos reconocer a Jesús que nos llama perpetuamente, incluso cuando nos hemos alejado de Él y nos vamos a probar otras alternativas. Un Jesús que cada vez que lo hallamos en el camino nos lleva a seguirlo con más entusiasmo y entrega, como los discípulos de Emaús.

Algunos detalles más para nuestra reflexión. Primero: los discípulos lo llegan a reconocer gracias a su hospitalidad desinteresada. Segundo: lo reconocen al partir el pan, el pan de la caridad y el pan de la Eucaristía. Tercero: el Señor nos muestra el comportamiento que debemos tener con aquellos que se alejan desilusionados del cristianismo o de la Iglesia: salir a su encuentro, ir a buscarlos, hasta que sus ojos se abran.

P. Flavio Quiroga

sábado, 8 de abril de 2017

Vocación: llamados a la Victoria del Hijo del Hombre

La Liturgia del Domingo de Ramos de este año nos ofrece el relato de la Pasión de Jesús en la versión del Evangelio de Mateo (26-27). Allí el Señor utiliza un título mesiánico para referirse a sí mismo: Hijo del Hombre (26,24.46)

Se trata de una figura victoriosa utilizada en el Libro de Daniel (7,13-14) tras vaticinar la caída de los Pueblos opresores.El Hijo del Hombre es quien se impone por fin a todos y, en contraste con ellos, su reinado no conoce el fin.

Lo interesante de esta imagen es que tal prevalencia no es fruto de una contienda, ni se produce por enfrentamientos y tal vez por eso Jesús la utiliza para referirse a sí mismo como Mesías de Dios. 

En la época de Cristo muchos esperaban un Salvador, pero de corte político. Alguien que no sólo devolviera la independencia al Pueblo, sino que incluso lo catapultara a la altura de los grandes imperios de la Antigüedad, o quizá a convertirse en el único y definitivo Imperio. Es claro que esto sólo podía producirse bajo una revolución al estilo de los grandes héroes como Judas Macabeo.

Pero aquella figura de las profecías de Daniel, en lo sobrecogedor de su majestuosidad, no tenía nada que ver con un brazo militar. Simplemente era presentada como un signo de la victoria divina sobre toda forma de poder, por oscura y potente que fuera.

Por eso armoniza perfectamente con otra figura mesiánica de la que Jesús echa mano para entrar en Jerusalén. La del Rey humilde que ingresa en ella montado en un asno (Cfr. Za 9, 9), no a caballo ni en carro de guerra.

A este respecto, el Evangelio de Mateo describe la escena con un detalle muy interesante. La multitud que iba delante de Jesús y la que lo seguía gritaba: "¡Hosana al Hijo de David!" Jesús va en medio de la gente, no adelante, como un mandamás, tampoco atrás como broche de oro. Es Rey, es Mesías, pero va en medio...

Esa actitud del Señor es la que de manera particular está llamada a imitar la Iglesia, sobre todo en el mundo de hoy. Esa es su vocación, es decir la nuestra, sacerdotes, laicos, consagrados debemos estar, en la medida que nos es dado, en medio de la realidad cotidiana. Sin privilegios, sin alardes, con la sencillez del diario vivir. Porque es allí donde debe estar presente nuestro manso Mesías.

El Hijo del Hombre es una figura vencedora, pero no guerrera. Su victoria pasa por la Cruz del Amor. Nosotros estamos invitados a participar de ella. No nos extrañe que nuestras vidas también terminen en un Gólgota, pero recordemos que el Cuerpo de Cristo no queda suspendido en el patíbulo para siempre sino que... resucita; igual nosotros.

Le pidamos a la Virgen María responder al llamado de la victoria en la Cruz, sin armas, ni poder, ni imposición. Sí con el amor, la misericordia, la ayuda mutua, la vida nueva, la Resurrección

P Flavio Quiroga

sábado, 1 de abril de 2017

La Vocación, una Amistad

El Evangelio de Juan en su Capítulo 11 trae el sobrecogedor relato de la Resurrección de Lázaro (1-45)

Es interesante prestar atención a la vida de este amigo entrañable de Jesús, porque precisamente no es una sola sino dos y es de esperar que después del hecho extraordinario de volver a la vida muchas cosas habrán cambiado en aquella persona en su segunda etapa y esto es donde tiene un parecido con la vocación en cualquiera de sus instancias, sea consagrada, laical, sacerdotal, matrimonial.

Tras la experiencia de la muerte, Lázaro habrá encarado las cosas de manera distinta. Es lo que sucede con quiénes dicen haber vuelto del más allá y aún con aquellos que no llegaron tan lejos, pero estuvieron temiblemente cerca. Los enfoques, las actitudes, las relaciones, todo es redimensionado a partir de esa experiencia. Todo cambia...

Es lo mismo cuando la vocación aflora en nuestra vida. Es como una existencia nueva, o acaso haya que decir es como una nueva capa de vida. A veces eso implica el abandono de costumbres, personas o cosas que eran ciertamente nocivas para nosotros. A veces no, porque lo que hacíamos no era malo... o tan malo. Pero igualmente en este último caso la experiencia de sentirse llamado conlleva a un replanteamiento total, aunque básicamente no haya nada que cambiar, o dejar atrás.

De hecho, en el relato Lázaro sale de la tumba tras escuchar la fuerte voz de Jesús. Sale respondiendo al llamado de alguien especial, no sólo porque se trata del Mesías, tal como lo reconoce su hermana Marta (11, 27), sino porque antes que eso se trata de su amigo...

Esto es lo fundamental de la experiencia vocacional, descubrir a Jesús como un amigo. Amigo que con su amistad es capaz de dar un significado a nuestro vivir, un sentido, una vocación y acaso sea este el primer paso para descubrir la nuestra. Buscar el trato amical con Cristo, antes que el compromiso ético, antes que tomar conciencia de nuestras capacidades, de nuestros gustos...

Lo hermoso de toda vocación, lo que la hace posible y capacita para todas las renuncias que conlleva es ser amigos de Cristo. Más aún, la respuesta afirmativa a su llamada, se debe a la amistad que se tiene con Él y el perseverar en ella tiene la misma raíz. Porque cuando uno flaquea o cae en la fidelidad a la vocación es el Señor, en calidad de amigo cercano el que levanta y el que incluso nos resucita, como a Lázaro.

Pidamos a María Santísima que nos ayude a descubrir la voz de nuestro amigo, el que nos da nueva vida, la de la vocación.

P Flavio Quiroga

domingo, 26 de marzo de 2017

La Vocación, un Camino de Descubrimientos

La vocación, si bien es cierto es un don, también es un itinerario a través del cual Jesús nos va descubriendo paulatinamente su rostro. Un rostro que a medida que se va aclarando delinea los rasgos de nuestra identidad. Vale decir, a medida que vamos descubriendo al Señor, vamos siendo cada vez más nosotros mismos.
El evangelio de Juan cuenta uno de los signos (milagros) de Cristo donde aparece este aspecto de la vocación. Se trata de la curación del ciego (9).

Lo primero que llama la atención al lector y a los protagonistas de este suceso es que se trata de un ciego de nacimiento, es decir alguien que nunca tuvo la experiencia sensorial de ver. Cristo no le devuelve la vista, porque nunca la tuvo; se la otorga y en el mismo gesto que utiliza para brindársela hay un remitente al relato de la creación. En él la Escritura recurre a la imagen del Dios alfarero que crea al hombre a partir de una artesanía de barro (Gen 2, 7). Aquí Jesús hace barro con su saliva y lo unta sobre los ojos del ciego (Jn 9, 6). Es un acto creacional.

A partir de allí, y con la libre colaboración del hombre, comienza el milagro cuyo punto final es el descubrimiento de Jesús como Mesías Salvador (Jn 9,38)

Pero antes de eso hay todo un proceso. Cuando le preguntan por su benefactor, para él es un hombre del cual no sabe dónde está (Jn 9, 11). Más tarde, dirá es un profeta (Jn 9, 17) y sobre el final lo adora como Hijo del Hombre (Jn 9, 38)

Nuestra vocación, sea cual sea, también es así. No es clara al principio, incluso puede parecer que no tenemos ninguna (el ciego jamás había visto). Para nosotros no es un tema resuelto de entrada, sino una realidad dinámica que va cobrando cuerpo a medida que pasa el tiempo.

Es una intervención gratuita de Dios en nuestra historia personal. Nótese que nadie le pide al Señor que haga el milagro, ni sus discípulos, ni su familia, ni siquiera el mismo enfermo que al parecer no tiene idea de quien es Jesús y ha naturalizado su ceguera. No son sus padres los que le dan la vocación, incluso en el relato se desentienden del hijo que había nacido ciego (Jn 9,18-23), ni las autoridades religiosas que más bien ponen en tela de juicio la veracidad del hecho, ni los demás seguidores de Cristo que al principio pretenden explicar la penosa situación del ciego con un pecado (Jn 9, 1-3)

De manera que no es una resultante humana, sino la consecuencia de ser mirados con amor en medio de nuestra ceguera y esa mirada que lleva al Señor a tocarnos, embarrándose por nosotros y con nosotros, nos cambia la vida al punto de producir el asombro de los demás. El Evangelio dice que aquel ciego limosnero había cambiado tanto que la gente creía que era otra persona (Jn 9, 8-9)

Hemos sido tocados por Dios para descubrir quién es Él en nuestra vida, en la de los demás y en la historia humana y quiénes somos en realidad nosotros mismos, pero todo esto tan maravilloso puede quedar truncado si no ponemos de nuestra parte.

El Señor envía al ciego con los ojos embarrados a lavarse en la piscina de Siloé (Jn 9, 7) De no hacerlo, aquella intervención gratuita de Dios queda frustrada.

Vayamos nosotros también a Siloé, a las aguas del Espíritu Santo que se nos dio en el Bautismo, a las fuentes de la Palabra de Dios que calman la sed, a las aguas de la caridad que restauran las fatigas y los sufrimientos del prójimo, las aguas de la sana inquietud que lleva a preguntarme qué sentido tiene mi vida, quién soy y quién debo llegar a ser...

Confiemos y pidamos la interceción de María que respondió generosamente a su vocación de Madre de Dios y de los hombres, para que vayamos descubriendo nuestra vocación.
P. Flavio Quiroga


martes, 21 de marzo de 2017

Logos del Año voacional 2017 Prelatura de Cafayate

Generalidades:
Los logos para el año vocacional llevan como leyenda “Maestro, ¿dónde vives?...Vengan y Verán” (Cfr. Jn 1, 38-39) en cuanto es el pasaje utilizado en la Carta Pastoral de Nuestro Obispo para el Año Vocacional. Tienen también los carteles que indican el Año Vocacional 2017 y la Iglesia Particular que lo convoca, Prelatura de Cafayate.
El primer logo muestra una mano ofreciendo un mate.
El mate en la cultura Argentina es un elemento muy difundido, reconocido y practicado en todo el País.
Normalmente se lo asocia con la amistad fraterna, la comunión, la sencillez, la compañía, forma parte de uno de los ritos de bienvenida. Es común a todas las clases sociales porque sus ingredientes principales, yerba mate, agua y eventualmente azúcar, están al alcance incluso de los más necesitados. Quien lo ofrece no necesita otros manjares que lo acompañen, en el común de los casos puede bastar con un poco de pan, pero si la pobreza es muy extrema hasta se puede prescindir de él. El mate, como gesto y actitud de apertura al visitante se basta por sí solo.
En el dibujo se cuenta con el lenguaje del mate. Se ofrece lleno, con la bombilla en dirección al invitado y con la mano derecha.
La mano lleva el detalle de una llaga abierta en relación con las llagas de Jesús Crucificado dando a entender que es Él quien lo ofrece. Así da acceso a la intimidad de su vida, lo cual condice plenamente con el episodio del Evangelio de Juan utilizado para la leyenda del logo. De haber sido argentino, Jesús les habría ofrecido un mate a aquellos discípulos.
La mano llagada remite a la Cruz, lugar común entre el Maestro y sus discípulos, pero al ofrecer el mate es la mano de alguien vivo (un muerto no invita un mate) y esto refiere al seguimiento de Cristo muerto y resucitado. Quien comparte con Jesús el mate comparte su suerte (Cfr. Jn 13, 8): Cruz y Resurrección.
El segundo logo es una representación iconográfica que alude directamente al pasaje de Jn 1, 31-39.
La figura de los discípulos y la de Jesús se encuentran en posición caminante, pues la vocación es eso ir detrás de Jesús a compartir su vida. ¿Dónde vives?...Vengan y lo verán (Jn 1, 38-39)
El paso de Cristo es amplio y seguro, sin embargo el rostro está vuelto hacia los discípulos cuyo caminar es más tímido y quedo. Esto quiere manifestar que, si bien es cierto el ideal de una vocación requiere una gran generosidad y santidad, el Señor no pierde de vista nuestras debilidades, las conoce, las comprende y hasta cuenta con ellas.
El brazo de Jesús se extiende sobre las figuras de los discípulos y se desprende del gesto
a) Un compromiso afectivo y cercano hacia los discípulos.
b) Una mano tendida para arrancar de la lentitud, pero sin violencia, ni premuras que fuercen el seguimiento.
c) Una palmada de aliento para no abandonar el camino ni desilusionarse.
Un último elemento a tener en cuenta es el fondo que reproduce en líneas fundamentales un paisaje vallisto, con el detalle del cardón mayormente presente en todos nuestros parajes. Jesús se ha hecho presente y vive en esta Prelatura y en ella nos invita a seguir sus pasos.
Flavio

sábado, 18 de marzo de 2017

Vocación a Desbordar desde el Vacío

Cuando el Evangelio según San Juan narra el encuentro de Jesús con la Samaritana (4, 1-42) hay un elemento que queda como un detalle anecdótico, casi escenográfico sin ninguna relevancia.  Tras el diálogo tenido con el Señor, interrumpido por el regreso de los discípulos, pero suficiente para que ella lo conociera como el Mesías, el autor señala que la mujer, dejando allí su cántaro, corrió a la ciudad (4, 28) para instar a sus vecinos a ir a conocer al Salvador.

Aparentemente el recipiente habría quedado vacío, pero el texto no lo especifica, pues el diálogo con Jesús pudo haberse disparado tras haberlo llenado ella, o pudo realizar aquella operación mientras charlaban.

Tras la conversación en torno al agua que sacia la sed, la anotación del evangelista no es ociosa, porque Cristo realiza con ella todo un itinerario pedagógico que comienza con el elemento natural para remitirla a realidades espirituales mucho más hondas y sabrosas.

Esta enseñanza secuenciada de Jesús va vaciando a la mujer de todas sus plenitudes, seguridades humanas que de alguna manera la hinchan y saturan constituyendo sus penosas riquezas. Penosas porque se afirman en realidades mundanas que al final dejan el corazón vacío. 

En primer término está su complejo de inferioridad étnica que la llena de resentimiento, recelo y mezquindad: «¡Cómo! ¿Tú, que eres judío, me pides de beber a mí, que soy samaritana? (4,9) En segundo lugar su azarosa y para ella vergonzante vida afectiva, con todas las consecuencias sociales que se puede uno imaginar: has tenido cinco y el que ahora tienes no es tu marido (4,17-18) Esta abundancia de esposos la llena también de mentiras, de las que Jesús muy delicadamente la desenmascara. La tercera acaso sea la más peligrosa, la pretensión de ser dueña de la verdad, con la mirada despectiva hacia los que en teoría están en un error. Esta presunción es muy grave porque se refiere a la verdad más alta del corazón humano, la adoración a Dios: Nuestros padres adoraron en esta montaña, y ustedes dicen que es en Jerusalén donde se debe adorar (4,20) Es de notar que esta superioridad la esgrime contra los judíos, quienes a su vez se creían superiores a los samaritanos.

El Maestro va derrumbando cada una de esas suficiencias con que la mujer se le ha presentado y que aparentemente le daban seguridad, pero en realidad la despojaban de sí misma. En efecto, al final del trayecto Cristo la ha enfrentado con su auténtica realidad y la vacuidad de sus seguridades.

La contrapartida a este vaciamiento es que imperceptiblemente el Señor ha ido colmándola de una auténtica riqueza, tan abundante y fuera de serie que la samaritana no puede menos que, dejando allí su cántaro,  salir corriendo a su ciudad para que los demás conozcan al Mesías ¿Lo deja vacío, lo deja lleno? Lo que importa en realidad es de qué se vació ella y, por el contrario, de qué quedó llena. Y lo cierto es que aquel cántaro (figura de su portadora) no sólo recibe, sino que emana agua y agua viva.

Efectivamente, el Señor le ha  prometido un agua viva capaz de saciar cualquier sed y de convertir a quien la recibe en manantial que brotará  hasta la vida eterna (Jn 4, 14) Esa es la vocación de la samaritana y de la Iglesia, es la vocación de cada bautizado que vive en ella.

Para responder a esta llamada de Jesús es necesario pasar por el camino del vaciamiento por el que transitó aquella mujer. Pero notemos que no es un vacío que conduce a la nada, a una ausencia indeterminada, sino todo lo contrario, conduce a la Plenitud, a Dios mismo que sacia todas nuestras carencias y debilidades con el agua viva del Espíritu Santo. No es tampoco un vacío en el que nos adentramos solos, es Cristo quien nos conduce, pero _repitámoslo una vez más_ no para dejarnos huecos, sino para llenarnos de la presencia divina y de la verdad sobre nosotros mismos. 

Finalmente, este vacío pleno no es para gozarlo en soledad, está abierto a los demás. Así pues, la samaritana, quien se deja vaciar y a la vez llenar por Cristo, no puede menos de procurar que su gente pueda tener la misma experiencia. Porque, contrariamente a lo que algunos piensan, la vocación y la fe cristianas no son intimistas, sino ampliamente sociales. La experiencia vocacional siempre de alguna manera abre al otro, al prójimo; si no lo hace seguramente es falsa.

En fin, ningún cristiano, sacerdote, consagrado/a, laico puede pretender ser fuente de agua viva para el mundo de hoy si no está disponible a que la Palabra de Dios lo vaya vaciando de sus supuestas autosuficiencias, de sus resentimientos, mezquindades, miedos, apegos desordenados, aislamientos y una larga lista de etcéteras. Cada creyente podrá ser un verdadero manantial para su hermano y la sociedad en que vive en la medida que se abra al Espíritu Santo, fuente de agua viva, se vacíe de sus engreimientos petulantes.

Le pidamos a María Santísima, humilde servidora del Señor, poder desbordar el agua viva del Espíritu desde el vacío de nuestros egos.

P. Flavio Quiroga


domingo, 12 de marzo de 2017

Vocación a escuchar, aprender y obedecer

Los tres primeros Evangelios nos cuentan un episodio muy llamativo de la vida de Jesús y sus discípulos: la Transfiguración del Señor (Mt 17, 1-9; Mc 9, 2-9; Lc 9, 28-36). Jesús a los pocos días de declarar que muchos de sus oyentes no morirían sin antes haber visto el Reino de Dios, se lleva consigo a Pedro Santiago y Juan a una montaña. Una vez allí se muestra glorificado. Las descripciones son sobrecogedoras y con aquella experiencia Cristo cumple su promesa.

Tanto Mateo como Marcos señalan que fue seis días después (Mt 17,1; Mc 2,9)1. Para la literatura bíblica el seis se halla en relación con el siete, el número perfecto, y es claro que no lo alcanza. De manera que este detalle nos muestra que aquella manifestación gloriosa del Reino de Dios en la Persona de Jesús, no es todavía su llegada en plenitud. Se trata sólo de un anticipo.

Por eso se entiende que no le es dado a Pedro cumplir su deseo de hacer tres carpas (Mt 17,4; Mc 9,5; Lc 9, 33) para quedarse allí. No es posible poseer aquél Reino ahora, porque en el tiempo presente, este Reino ya ha llegado en Cristo, pero todavía no ha alcanzado su perfección. Lo hará recién al final de los tiempos.

De allí que somos llamados a vivirlo no en la visión, sino en la escucha. Este es mi Hijo muy querido, en quien tengo puesta mi predilección, escúchenlo (Mt 17,5; Cfr. Mc 9, 7; Lc 9,35)


Esta escucha es algo propio de la espiritualidad bíblica. De hecho, el creyente, en las Sagradas Escrituras, es principalmente aquel que escucha la Palabra; esta es su actitud característica.



Pero escuchar no es captar un sonido, sino prestar atención. Por eso, cuando el texto habla de esta escucha hace referencia directa al papel del discípulo: Escucha a su Maestro atenta y constantemente para aprender de Él.



Ahora bien, este aprendizaje no es intelectual, sino más bien experiencial. El discípulo no se restringe a asimilar conceptos o enseñanzas, sino que obedece e imita las máximas y la manera de vivir de su Maestro. En efecto hay quienes piensan que el verbo obedecer proviene latín ob-audiens, lo que está delante del oyente, o simplemente de oboedio, seguir los concejos de, prestar oídos . La obediencia es fruto de la escucha.



Para los que vivimos en esta etapa aún imperfecta del Reino de Dios nuestra vocación está en escuchar de esta forma la Palabra que es Cristo. No se trata, por lo tanto, de la obediencia producida por la imposición del más fuerte sobre el más débil. No es la obediencia al autoritarismo, tampoco a una normativa buena en sí misma, pero que poco me convence o a la que acato sin entusiasmo. La obediencia aquí es fruto del amor y la admiración por el Maestro.


Tal admiración y adhesión, surgen de la experiencia tenida en el contacto y trato tanto personal como comunitario habido con Cristo. Sí, porque Jesús lleva a la montaña a tres discípulos, no a uno solo, ni uno por vez: es una experiencia comunitaria. Por eso nuestra vocación cristiana no puede realizarse nunca sin este componente comunitario. Ni el sacerdocio, ni la vida consagrada, ni la familia, ni ninguna otra forma de vivencia cristiana puede hacerse genuinamente de manera aislada e individualista.

Tampoco puede agotarse en mi comunidad, como si se tratara de un regalo hecho por el Señor para que lo goce solamente nuestro grupo. Jesús les hace saber que, en su momento habrán de hablar a los demás sobre esta experiencia; abrir la comunidad no dejarla cerrada en el espíritu sectario de solamente nosotros (Mt 17,9; Mc 9,9; Lc 9,36). De esta forma la escucha atenta y obediente del discípulo, es una escucha llamada también al testimonio.

Roguémosle a María Santísima la primera y la más dócil discípula de Jesús que podamos descubrir estas cosas y escuchar a su Hijo en quien el Padre se complace y en quien llega a nosotros el Reino de los Cielos. Este Reino cuya perfección anhelamos y por la que trabajamos desde ahora en la tierra, escuchando, aprendiendo y obedeciendo.

1. Sorprendentemente la versión del Evangelio de Lucas habla de unos ocho días después (9,28) y en esa divergencia el autor enlaza este acontecimiento con la práctica primera de la Iglesia de reunirse los domingos (cada ocho días, según la manera de contar de los judíos). Coincide también con Jn 20,26 que narra la segunda aparición del Resuscitado ocho días más tarde. Para la espiritualidad de Lucas la visión del Cristo glorificado está en relación directa con la celebración comunitaria del Domingo.
P. Flavio Quiroga




sábado, 4 de marzo de 2017

Vocación a ser tentados

Es llamativo que en los Evangelios, cuando se habla de las tentaciones de Jesús, sean presentadas después de su Bautismo y sobre todo que sea el Espíritu Santo quien lo conduzca al desierto para ser tentado.

Uno esperaría que después del Bautismo se sucediera el relato de la predicación de Cristo, o la elección de los Apóstoles, en definitiva un episodio tranquilo; no una lucha en el desierto. En la versión de San Mateo (4, 1-11) la expresión ser tentado o puesto a prueba también podría entenderse como ser atacado.

Al respecto es interesante pensar que nosotros hemos sido bautizados en Cristo y hemos recibido su mismo Espíritu ¿Habremos de concluir que también somos conducidos por Él para ser puestos a prueba? Tal vez sí.

¿Por qué? Es muy  pretencioso responder semejante pregunta. Sin embargo podemos suponer, entre otras cosas, que nos lleva al desierto de nuestra propia mismidad, aquella en la que afloran nuestras debilidades más hondas, porque es precisamente en ese terreno en el que podemos madurar y crecer como personas. 

Es en ese lugar también en el que podemos optar por el plan de Dios sobre nuestra vida (vocación) dejando de lado nuestras propias pretensiones o las ambiciones de otros respecto de nosotros. Es en esto en lo que el demonio quiere corrompernos, pues si lo consigue, no solamente estropea el camino de nuestra vida, sino que también entorpece la de aquellos a los que nuestra vocación puede beneficiar y bendecir.

Es un riesgo enorme y sin embargo Dios lo quiere correr. Es claro que lo hace porque la victoria sobre el diablo ya la consiguió Jesús y a nosotros sólo nos queda sumarnos a ella. Pero además porque en el desierto no estamos tan solos como parece.

En efecto, cuando el Evangelio de Mateo narra las tentaciones dice que Jesús fue conducido por el Espíritu al desierto, pero una de las acepciones del verbo conducir en griego (idioma en el que llegó el Nuevo Testamento hasta nosotros) es llevar consigo...El Espíritu Santo lleva consigo a Jesús al desierto, no lo abandona allí, lo acompaña. Es claro, cuando el Espíritu nos enfrenta con nuestra propia debilidad potenciada o aprovechada por nuestro enemigo, no nos deja solos. El Paráclito, el Espíritu está con nosotros.

Por eso no debemos desesperarnos al saber que somos susceptibles de tentación y aunque pasara lo peor, si cediéramos a los engaños del mal cayendo en pecado, aún podríamos recurrir a la Misericordia Divina para ser elevados y puestos en camino nuevamente.

María Santísima en quien se ha verificado la amplia victoria de Jesús sobre el mal, fecundada por el Espíritu para ser Madre del Salvador y de su Iglesia, nos acompañe en el camino de nuestra vida.

P Flavio Quiroga




miércoles, 1 de marzo de 2017

Vocación a la Verdadera Penitencia

La penitencia no tiene buena prensa entre nosotros, acaso sea porque se le ha dado una imagen distorsionada.

Lo peor de todo es que no se trata de un elemento optativo dentro de nuestra vocación cristiana y entonces las deformaciones con que es percibida hacen odioso todo el mensaje de la Iglesia.

Generalmente está asociada a un dolorismo mazoquista y voluntarista que obviamente no tiene nada de atractivo... ni sano.

Lo cierto es que Jesús cuando presenta los actos penitenciales fundamentales en el Evangelio de Mateo habla de la recompensa que da el Padre de los Cielos a quienes los practican (Cfr. Mt 6, 1-18).

Todo sacrificio si se erige como fin en sí mismo está condenado al fracaso o es fruto de una deformación emocional. Pero cuando es consecuencia o medio para una finalidad buena y apetecible, no sólo es necesario, sino que en varias oportunidades participa del gozo que esa finalidad promete. Pensemos en quien soporta un trabajo pesado, o en quien enfrenta estudios de nivel superior, o en quien practica un deporte de alto rendimiento. Pensemos en quien se ha puesto una meta a conquistar, en quien tiene un proyecto ambicioso para su vida. Si no están dispuestos a sacrificar cosas no consiguen nada o alcanzan muy poco. Del mismo modo cuando el Señor nos invita a los actos de penitencia como el ayuno, la limosna y la oración lo hace presentándolos como medios para la recompensa del Padre que está en los Cielos.

Esta es la verdadera penitencia, la que pone sus ojos no en el sufrimiento, sino en el Padre de los Cielos que ve en lo secreto y recompensa más que cualquier hombre en la tierra. Es la que abraza la Cruz de Cristo (no cualquier cruz), sabiendo que ella abre a la experiencia gozosa de la Resurrección.

Pero en todo esto tampoco pensemos que el Padre de los Cielos sólo sabe premiar después de la muerte. Jesús habla de las recompensas de Dios, pero sin remitirlas exclusivamente al Cielo que esperamos después de esta vida. Por tanto, muchos de los galardones de nuestro Dios también son para este mundo y los más sabrosos son tal vez aquellos que regala en lo secreto y entre ellos está la propia conversión.

A todo esto, penitencias no son sólo las mortificaciones que hacemos voluntariamente, sino que también lo son las circunstancias fortuitas que nos contrarían de alguna manera. Ellas también pueden vivirse cristianamente, con espíritu penitencial, sabiendo que el Señor sabrá recompensarlas.

No deformemos la penitencia a la que nos llama Jesús y pidámosle a María Santísima, Refugio de los pecadores (esos que buscan siempre la conversión con la penitencia) que podamos ser auténticos penitentes.

P. Flavio Quiroga

domingo, 26 de febrero de 2017

Vocación a buscar el Reino de Dios

El cristianismo que profesamos no es una teoría cesuda que procura deleitarse en ideas abstractas y geniales. Jesús no nos propone un sistema filosófico de razonamientos sutiles, sino un estilo de vida. Esto trae como consecuencia adquirir una forma concreta de relacionarnos con las personas y usar las cosas.

Por eso en el Evangelio de Mateo, después de proclamar las Bienaventuranzas (Mt 5, 1-12) como las máximas a las que todo cristiano debe adaptar su vida, el Señor se distrae en una serie de consecuencias que tales consignas deben producir en nuestro comportamiento. De allí que hable sobre el homicidio, el adulterio, el divorcio, los juramentos, el amor a los enemigos, etc... (Mt 5, 21- 7, 27)

Uno de los tantos temas que especifican el comportamiento cristiano al que nuestro Maestro nos llama es la relación que hemos de tener con los bienes temporales, con nuestras necesidades y puntualmente también con nuestro dinero (Mt 6, 24-32)

Jesús nos advierte que en el manejo de todas estas cosas hemos de buscar primero el Reino de Dios y su justicia y todo lo demás se nos dará por añadidura (Mt 6,33) 

Es claro que con esta enseñanza Jesús no niega ni prohíbe tener en cuenta el manejo de bienes temporales e incluso de la plata que tanto tienta y produce tantas injusticias y crueldades. Al contrario nos deja esta regla de oro que nos ayudará a darle el justo lugar que merecen en nuestra vida y en la de los demás. Busquen primero el Reino de Dios y su justicia...

Buscar el Reino de Dios y su justicia, significa vivir de acuerdo con los valores de ese Reino que están expresados en las Bienaventuranzas. Esto es, protagonizar mi vida dentro de una comunidad en la que debemos cuidarnos mutuamente, prestando atención a los más vulnerables, sabiendo perdonar, adquiriendo un corazón puro (o sea sin intereses rebuscados que lleven a explotar las cosas y las personas en pro de mis intereses egoístas), teniendo presente a Dios en nuestras propias aflicciones y llevando el consuelo del Señor al prójimo afligido, trabajando por la paz, teniendo un alma de pobres que descubre en su Dios su mayor seguridad y riqueza, al punto de estar siempre sereno en las vicisitudes de la vida, confiando en su Providencia (Cfr. Mt 5, 1-12. 6, 25-32)

Vivir en lo concreto estos valores del Evangelio es nuestra vocación.

A algunos el Señor les pedirá practicarlos en el trajín cotidiano del mundo del trabajo en la sociedad humana, formando familia y a otros en una entrega absoluta y total a ese Reino ofreciéndose por entero a su propagación (sacerdotes, consagrados/as). Como fuere y según el camino que Dios nos muestre a cada uno en particular dentro de la comunidad cristiana, todos contamos con la gozosa invitación de Jesús a buscar su Reino en las situaciones concretas y materiales en las que transcurra nuestra existencia.

María Santísima que con sus acciones y actitudes de amor a Dios y al prójimo hizo presente el Reino de los Cielos de una manera excepcional, nos ayude con su oración y presencia maternales a que podamos responder generosamente a esta vocación que todos los cristianos tenemos.

P Flavio Quiroga





domingo, 19 de febrero de 2017

¿Vocación a ser perfectos?

En el Evangelio de San Mateo Jesús se dirige a sus discípulos diciéndoles que deben ser perfectos como el Padre de los Cielos (Cfr. 5, 48).

Esta exigencia de parte de Jesús está en torno a las Bienaventuranzas (Mt. 5, 1-12) que señalan el camino de vida cristiano al que todos estamos llamados y, por tanto, es una vocación que nos compete a todos los bautizados. No es privativo de los que viven una especial consagración.

Pero...¿Es posible esta vocación? ¿Es posible ser perfectos? ¿Es lindo ser perfectos?

La respuesta a estas preguntas ciertamente es negativa, porque generalmente confundimos la perfección con el perfeccionismo. Jesús nos llama a ser perfectos, no a ser perfeccionistas.

Entendemos aquí por perfeccionista a aquella persona que pretende cumplir con todas las reglas y todas las expectativas. No dar motivo de queja alguno e incluso despertar la admiración. De allí que se desviva y se agote en un esfuerzo esclavizante que le hace perder energía y alegría. Se obsesione con los defectos y no viva sino para auto-demostrarse que no los tiene. En ese proceso muchas veces se mienta a sí mismo tapándose los ojos frente a sus errores...

Lo peor del perfeccionista es que, contento y engañado con su figura impecable, mide con la misma regla a todos a su alrededor ¡Por supuesto que los encuentra defectuosos! A partir de ese momento se convierte en enemigo de todos, les enrostra sus faltas de frente o a sus espaldas, los desprecia y se siente (aunque no lo sea) superior. Cuando acusa defectos no lo hace para corregir y ayudar, sino para destruir.

El perfeccionista es así incapaz de perdonar al prójimo, pero también es incapaz de perdonarse a sí miso. No es a eso a lo que os llama el Señor. No es esa nuestra vocación.

Jesús pide que seamos perfectos como el Padre que hace salir su sol sobre malos y buenos y hace caer la lluvia sobre justos e injustos (Mt 5, 43b) Es decir, nos llama a ser perfectos en el amor.

Perfecto no es el que cumple con la regla, el que no se equivoca... perfecto es el que ama como el Padre y eso, en primer lugar, lleva a amar al otro por encima de sus errores, perdonándolo y ayudándolo a que se corrija. No en vano este pasaje en la versión de San Lucas dice: sean misericordiosos como el Padre de ustedes es misericordioso (Lc 6, 36) La perfección está en la misericordia, en el amor.

Un amor que no devuelve golpe por golpe y capaz de dar el doble de lo que se le pide sin hacerse el tonto frente al necesitado. Esa es nuestra vocación (Cfr. Mt. 5, 38-40)

Cuando lo vemos así, ser perfecto es algo hermoso. Se trata de amar y mucho, al estilo de Dios, hasta el punto de amar a los propios enemigos (Cfr. Mt 5, 44).

Y es también posible, porque Dios es un Dios que perdona. Él perdona todas tus culpas y cura todas tus dolencias (Sal 102,3) Razón por la cual no hay que negar las propias imperfecciones, ni esforzarse en engañarnos para convencernos que no tenemos defectos o que por lo menos no son tan groseros como los de los demás. No. Aceptamos serenamente nuestras limitaciones, pedimos perdón y ayuda al Señor y a otros para retomar el camino. En eso consiste nuestra perfección, nuestra vocación.

Sea María Santísima nuestra Madre-maestra en este camino de perfección cristiana que no tiene nada que ver con un perfeccionismo estéril y narcisista

P Flavio Quiroga
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